martes, 30 de noviembre de 2010

Lamartine-El picapedrero de Saint Point (4).

Siempre lo más hermoso, tanto en la belleza de las formas, como en la belleza de la moral de los caracteres y en la belleza material de la creación, es aquello que no se ve a primera vista. Los misterios del cuerpo, del corazón o de la naturaleza son el encanto de la inteligencia, del alma o de los ojos. Diríase que Dios ha extendido como un  velo sobre lo más delicado y lo más divino que ha hecho, para provocar su deseo por lo secreto y para moderar su resplandor a nuestras miradas, de la misma manera que ha puesto pestañas en nuestros ojos para mititgar la impresión de la luz, y ha extendido la noche sobre las estrellas para estimularnos a perseguirlas con la vista en su oceáno aéreo, a medir su poder y su grandeza en esos clavos de fuego que sus dedos, al tocar la bóveda celestial, han dejado marcados en el firmamento.

Los valles son los misterios de los paisajes. Cuanto más empeño ponen en ocultarse, en hundirse y resguardarse, tanto más sentimos el deseo de penetrar en ellos. Tal es la impresión que produce el valle de Saint Point a cada paso que da el viajero para descubrirlo. Cuanto más se le descubre, tanto más parece alejarse.

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