martes, 16 de noviembre de 2010

Azorín-La España de Gautier.

Teófilo Gautier vino a España en 1846; vinieron también a nuestro país -con ocasión de unas bodas reales- una porción  de literatos y periodistas franceses; entre ellos, Alejandro Dumas y el redactor del Journal des Débats, Cuvillier-Fleury . Casi todos nos han dejado escritas sus impresiones de España. Gautier era un hombre alto, esbelto, vivo, nervioso, comunicativo, desbordante de gestos y palabras. Sus ojos fulgían de inteligencia y de bondad; una larga, tupida, sedosa melena tocaba casi sobre sus hombros. No hay en la Francia de 1830 una figura más hondamente literaria que la de este escritor. No vive Gautier más que de las letras y para las letras; el trabajo le abruma; escribe infatigablemente, sin respiro, novelas, artículos. Su enorme labor la realiza como jugando, ligeramente, alegremente; él sabe que su destino es trabajar sin descanso; ve que toda la vida que tiene ante sí, que toda la futura sucesión de los años habrá de llenarlos él, todos los días, todas las horas, con cuartillas y cuartillas, millares de cuartillas escritas a mano; a su alrededor tiene unos seres queridos que no cuentan con más caudal, con más sostén que esos papeles blancos que él llena y esa pluma que él maneja; él piensa a ratos -con íntima melancolía- en las bellas obras que podría imaginar y escribir si tuviera dinero, si contara con una posición holgada, si pudiera librarse de esta carga abrumadora de los artículos diarios. Y, sin embargo, nada de esto le entristece por fuera; nada de esto hace que él realice su labor con este gesto de abnegación, de sacrificio, de estoicismo que otros literatos nos muestran. Gautier se sienta ante su mesa: llena unas cuartillas; se interrumpe; llama a sus hijos; les lee en alta y sonora voz lo escrito; se comenta tal o cual frase; luego el escritor continúa en su tarea. Todo es paz, cordialidad, ligereza, amable en esta casa.


El libro de Gautier sobre España lo conocen sobradamente los lectores españoles; no es tan conocida la colección de poesías escritas sobre asuntos de nuestra tierra y que en la obra del poeta llevan título genérico de España. A lo largo de su viaje por nuestro país, Teófilo Gautier ha ido expresando en espléndidos versos las impresiones experimentadas por su espíritu. Van fechadas esas poesías en Burgos, la Cartuja de Miraflores, San Pedro de Cardeña, Vergara, Guadarrama, Madrid, El Escorial, Toledo, la Mancha, Granada, Sierra Nevada, El Generalife, Sierra Elvira, Sevilla, Málaga, Ecija, Cádiz, Jerez. Unas veces Gautier describe un paisaje; otras toma de la realidad que tiene ante sus ojos un rasgo, sobre él traza una meditación, unas reflexiones. Asistimos a algunas de sus etapas poéticas en tierras españolas.

Las primeras poesías de la colección España hacen referencia a paisajes y pueblecillos de la frontera, pero no españoles, sino franceses. En Urruña, por ejemplo, la leyenda del reloj de su iglesia -Vulneran omnes última necat- inspira a Gautier un bello poema. La primera poesía ya netamente española se halla fechada en Burgos. El poeta ha entrado en una iglesia desierta, silenciosa; en un rincón su mirada ha escudriñado un cuadro que representa a Santa Casilda...Santa Casilda, olvidada en su dolor, aparece absorta en éxtasis.


De Burgos pasa el poeta a la Cartuja de Miraflores. Las dos poesías que el viejo monasterio inspiran al poeta son seguramente las más hermosas del libro; las dos son puramente descriptivas. En la primera, Gautier nos describe el camino. La subida es "áspera, larga y polvorienta". "Ni una brizna de hierba, ni una fresca coloración". La vista solo descubre albarradas de piedra seca, rocas peladas de granito, torrenteras y barrancos pedregosos; acá y allá los olivos de follaje gris y retorcido tronco ponen su nota triste en el desolado panorama. De pronto, cuando el viajero ha llegado a la altura, se descubre allá abajo, en la lontananza, una perspectiva inesperada. "Se columbra allá abajo, en lo azul de la llanura, la iglesia donde duerme el Cid a par de doña Jimena".

El poeta llega a la Cartuja. En otra breve poesía -La fuente del cementerio- nos cuenta su impresión. Un camposanto abierto de menudo follaje hace las veces de jardín. Las plantas crecen en su ámbito viciosamente. Sólo tal vegetación puede crecer en la "húmeda fría, a la sombra de los largos muros". Dos cipreses perfilan su negra verdura en el azul del cielo. Todo es silencio, profundo reposo. En el centro, del vaso de una fuente, cae una agua clara, transparente, como en una "franja deshilada". Apenas si en el silencio secular y denso del cementerio, mientras los cipreses se yerguen hieráticos, mudos, se percible el murmullo levísimo del agua límpida y tenue que cae pernnemente, masanmente, del verdinegro pilón...

La España de 1846 revive en estas páginas de Gautier: en sus poesías y en la prosa de su viaje. No son los meros accidentes lo que llega a nuestro espíritu; no son las exterioridades lo que nos produce en estas páginas una honda en indefinible sensación. Los casos, los accidentes, las circunstancias (trajes, diversiones, costumbres, etc.) pasan; el viajero puede recogerlas en su libro y hacer un hermoso libro. Pero hay algo más y más hondo en un país: ese algo es la esencia de las cosas, un ambiente inexpresable y permanente, un hálito misterioso que siglos y siglos de vida, historia, arte, dolores,tragedias han formado sobre las cosas, sobre los paisajes y en las ciudades. Pues la atracción profunda del Viaje de Gautier, y más que de la prosa, de las poesías España, consiste en que este gran poeta, instintivamente, con intuición maravillosa, ha sabido recoger y expresar una partícula de esta esencia española.

No; lo pasado no puede volver a vivir; la corriente del tiempo no puede ser remontada. Las calzas atacadas, como los cachivaches de la casa, las diversiones, las costumbres, todo se modifica y cambia. Vivamos nuestro tiempo; pero si somos artistas, si sentimos algo ante el paisaje y en las viejas ciudades, tratemos de expresar en unas páginas de prosa o en unos versos -como hizo Gautier- la impresión que en nosotros produce esta llanura parda y solitaria de Castilla, esta callejuela con sus tiendecillas de abaceros y regatones, este viejo palacio con los cristales rotos y polvorientos, cerradas las ventanas, con su jardín de adelfas, rosales y cipreses, obstruidos los viales por hierbajos, saturado el ambiente por denso olor de humedad, llena de hojas las aguas inmóviles, negras, de una fuente.

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