miércoles, 17 de noviembre de 2010

Azorín-Una elegía (fragmento).

Don Baltasar me dice:
-¿Qué mira usted, Azorín?
Yo le digo:
-Miro a Julín, la hija de don Alberto.
Don Baltasar exclama:
-¡Ah, sí! Cuando la retraté estaba ya muy enferma...
Julín aparece sentada en un banquillo rústico; su cara es más ovalada y más fina que cuando yo la vi por última vez; su cuerpo es más delgado; sus ojos parecen más pensativos y más grandes; sus brazos caen a lo largo de su falda con un ademán supremo de cansancio y de melancolía. Y un abanico a medio abrir yace entre los dedos largos y transparentes...En el zaguán de la casa reina un profundo silencio; un moscardón revuela en idas y venidas incongruentes, con un zumbido sonoro.

Yo me despido de mi amigo don Baltasar. Los martillos cantan sobre los yunques con sus sones alegres; unas campanadas lejanas llaman a las últimas misas de la mañana. Yo camino despacio; yo digo: "Las cosas bellas debían ser eternas".

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