miércoles, 24 de noviembre de 2010

Jacobo Dalevuelta-Cariño a Oaxaca (4).

Noche de rábanos.

El retraimiento general de un año, economiza el buen humor para gastarlo en diciembre, el mes excepcional oaxaqueño. Diciembre forma cadena de festejos: la feria de Juquila, las "Mañanas de San Juanito", las posadas, la noche de rábanos, Navidad y año nuevo.

Saraos sin cuenta, paseos innúmeros. Época en que nadie se queda en casa. Hay algunas noches frescas; pero no tanto para que el orto nos empuje a la cama. El frío de Oaxaca, es graciosa ironía. La Noche de Rábanos es una fiesta genuina  y originaria de Oaxaca.

¡Quién sabe cuál sea su origen" Ni me interesa conocerlo. Ni los antiguos ni los modernos cronistas lo relatan con exactitud; pero sin duda que arranca de los primeros tiempos del coloniaje, cuando el reparto de los solares y la iniciación de la enseñanza de las industrias de Antequera. A los barrios de abajo -la Trinidad en primer término- les tocó el aprendizaje de la horticultura. Y probablemente, los mismos frailes catequistas tuvieron la idea de hacer exposiciones de los productos de las huertas. Allí nació la exposición de los rábanos. Fiesta original y bella que prepara a las vigilias de la Navidad.

La reunión es en el zócalo. La Trinidad está de fiesta. Se rompieron los terrales hurgando abajo la cosecha de rabanos. Hay que admirar la elegancia de las mujeres de la gleba, en sus preparativos para esa competencia florida de lo que da la tierra, madre fecunda.

En la periferia del zócalo establecen sus puestos para la exposición de la cosecha. Se presentan rábanos de tamaños descomunales, poco imaginables así como rabanitos ensaladeros; pero todos adornados. La forma caprichosa con que la Naturaleza dotó la raíz herbácea, sirve de base para que la fantasía del horticultor realice gracia, arte, originalidad. Esperan un año para sacar la raíz que les puede ameritar. Así es cómo en la exposición vemos rábanos transformados en animales, en personas, en objetos de figuras fantásticas.

La noche se quedó destinada a una fiesta. Oaxaca se da cita en el zócalo. Hay, además, bandas de música; ventas de flores; algunas veces hay concursos municipales para estimular a los jardineros. Alegría de una velada original que organiza la gleba hortelana para un disfrute de todos.

La fiesta comienza a las veinte y concluye cuando decae el entusiasmo; es decir muy tarde, muy tarde.

A nosotros nos interesa en estas noches comer fuera de casa. Y el sitio mejor es la Plaza, la vieja y bella plaza, donde las cocineras del pueblo, -¡oh la magia de sus gustos!- realizan con alarde plausible sus prodigiosos condimentos. En la Plaza nos citamos para comer carne frita, molotes, chorizos de Ejutla, atole de granillo...Y cuando en esa hora expande su posibilidad, nuestro alegre vivir y cuando calentamos el cuero al ritmo delicioso de un buen "pechuga", también tenemos en la Plaza, a la madrugada, las atenciones generosas de las cocineras que nos dan caldo y "rostros", exquisitos.

¡Noche Buena! Buñuelos. Misa de Gallo. Madrinaje del Niño Dios en las iglesias.

Entonces cantan las amigas de bronce:

"campanita menor de voz de niña"...

los sones de cuna. También se rompen platos y en las fiestas religiosas tocan las orquestas en el curso de la Misa, música para baile.

"Esta noche, es Noche Buena,
noche de comer buñuelos.
En mi cas no los hay,
por falta de harina y huevo!...

Copla de un cantar para los niños pobres. Los otros la ignoran, naturalmente.

Las Madrinas del Niño Dios preparan sus desfiles. Las reuniones se hacen antes de medianoche en la casa de la Madrina, donde recibe a sus amistades. de ahí salen en procesión -rebozos de bolita, mantillas sevillanas, abriguillos de moda- rumbo a los templos.

Allá va esa caravana siguiendo a la Madrina quien lleva en el regazo -bien cubierto- para que no le lastime el frío, la escultura de un Niño Dios, pequeñito, encueradito; recostado sobre cojín de pochote forrado en raso de seda, levantando un piecesito, el izquierdo, y la mano derecha con el índice erecto. Y sobre la canez, a falta del halo de una estrella, lleva fija una corona de oro tachonada con perlas pequeñas.

A media noche se abren los templos y penetran las procesiones; hay quema de cohetes en los atrios;el  incienso aroma el ambiente en las naves. La madrina llega hasta el pie de las escalerillas presbiteriales y entrega al Niño Santo en las manos oficiantes. Cantos de cuna en el coro; muchachos que aturden con silbatos. Es la única ocasión en que la Iglesia es risueña, jubilosa.

Comienza la misa de Gallo.

Solo un sector social pretende apartarse de la costumbre antañona. Cena y baila antes de la Misa de Gallo. Pero los más hilvanados a la vida retrospectiva, a la vida de ayer, van primero a la pleitesía del Niño y después regresan a la fiesta.

Hasta el amanecer.

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