martes, 30 de noviembre de 2010

Lamartine-El picapedrero de Saint Point (2).

A medida que se avanza hacia el pie de las montañas, desaparecen los viñedos y los pueblos son cada vez más raros, hasta terminar por diseminarse en aldehuelas o en grupos de dos o tres chozas, de trecho en trecho, en las pendientes escarpadas de los prados y de las rocas tapizadas de bojes.

Cuando se llega a la cima de la montaña llamada Bois-Clair (Bosque-claro), porque el sol de la mañana, al salir por detrás del Jura y del Monte Blanco, hiere, sin duda.con sus primeros rayos las altas ramas de sus bosques de robles, instintivamente el viajero se vuelve para echar una última mirada a la inmensa escena que va a ocultarse tras la negra cortina de la montaña: el Macconais dorado por si vides, el Saona que se desliza como una gran serpiente de plata entre sus verdes prados, La Bresse aterciopelada con sus mieses y sauces, el negro Jura y los Alpes de oro; y se baja en rápida pendiente hacia la antigua ciudad claustral de Cluny, guarecida, como nido de buho, bajo las flechas bronceadas y silenciosas de los campanarios de su abadía.

Pero, al pie de la pendiente del Bois-Clair, la ruta se bifurca: uno de sus brazos conduce a Cluny a través de praderas feraces y monótonas, como el lujo monacal que poseía en otros tiempos aquellos pastizales y aquellos bosques; el otro ramal conduce a las montañas del Charolais, cubiertas de bosques, de lagos, de pastizales melancólicos y llenos de mugidos de rebaños.

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