sábado, 20 de noviembre de 2010

Giovanni Papini-Un millón de libros (2).

Esperé media hora, royéndome por dentro de miedo que el libro no estuviese o que no quisiesen dármelo. Cuando vino, lo apreté bajo el brazo y entré todo avergonzado y en puntas de pie en la gran sala de lectura. No había experimentado jamás un tal sentido de reverencia -ni siquiera en la iglesia cuando pequeño. Como asustado de mi atrevimiento y de encontrarme allí dentro, después de tanto, en medio de aquel gigantesco relicario de la sabiduría de los siglos, fui a sentarme en el primer sillón libre que tuve delante. Era tal el desfallecimiento y el placer, el estupor y el sentimiento de haberme hecho de pronto más grande y máshombre. que durante una hora casi, no logré entender nada del libro que tenía ante mí.

Todo, allá adentro, me parecía santo y majestuoso como el congreso de una nación. Aquellos sillones sucios y desteñidos, cubiertos de tela, cuyo verde descolorido terminaba en el amarillo o se ocultaba bajo la grasitud negra, parecían a mis ojos, colosales y fastuosos, como tronos, y el vasto silencio me pesaba en el alma más grave y solemne que el de una catedral.

Desde aquel día volvía todos los días, por todo el tiempo que la tediosísima escuela me dejaba libre. Poco a poco me acostumbré a aquel silencio, a aquella estancia tan alta sobre mi cabeza enmarañada de adolescente descuidado, a aquella riqueza interminable de volúmenes nuevos y viejos, de diccionarios, de opúsculos, de mapas, de códices y de manuscritos. Pronto me hice como de casa, distinguí las caras de los distribuidores, descubrí los secretos de las signaturas, penetré en los catálogos, conocí todos los rostros de los fieles y de los apasionados que, como yo, venían todos los días, puntuales e impacientes, como a un lugar de voluptuosidad.

Y me arrojé de cabeza en todas las lecturas que me sugerían mis pululantes curiosidades o los títulos de los libros que encontraba en los que iba leyendo, y comprendí entonces, sin experiencia, sin guía, sin siquiera un proyecto, pero con todo el furor de la pasión, la vida dura y magnífica del omnisapiente.

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