sábado, 4 de diciembre de 2010

Stefan Zweig-Retrato de Erasmo.

El semblante de Erasmo es uno de los rostros más resueltamente expresivos que conozco, dice Lavater, a quien nadie podrá negar conocimientos en fisiognomía. Y como tal, como uno de los más resueltamente expresivos, como el que habla de un nuevo tipo humano, lo consideraron los grandes pintores de su tiempo. Nada menos que seis veces, en diversas edades de su vida, retrató Hans Holbein, el más nimio de todos los retratistas, al gran praeceptor mundi; dos veces, Alberto Durero; una, Quintín Matsys; ningún otro alemán posee una iconografía igualmente gloriosa. Pues serle dado a un artista pintar a Erasmo, la lumen mundi, era, al mismo tiempo, rendir público homenaje al hombre universal que había reunido en una única asociación de cultura las separadas gildas artesanas de las diversas artes. En Erasmo, los pintores glorificaban a su protector, al gran luchador de vanguardia por una nueva organización poética y moral de la existencia; con todas las insignias de este poder espiritual lo representaban, por ello, en sus cuadros los pintores. Lo mismo que el guerrero con su armadura, con su espada y yelmo, el noble con su blasón y mote, el obispo con su anillo y ornamento, así, en cada retrato, aparece Erasmo como el hombre de guerra del arma recién descubierta, como el hombre del libro.

Sin excepción, lo pintan rodeado de volúmenes, como de un ejército, escribiendo o pensando: en el cuadro de Durero, tiene el tintero en la mano izquierda, la pluma en la derecha, a su lado hay unas cartas y delante de él se amontonan los tomos en folio, Holbein lo representa una vez con la mano apoyada en un libro que ostenta simbólicamente el título de "Las hazañas de Heracles"; hábil homenaje para celebrar el titánico rendiemiento del trabajo de Erasmo; otra vez lo sorprende con la mano apoyada en la cabeza de Terminus, antiguo dios romano, es decir, formando y produciendo el concepto; pero siempre acentúa, junto con lo corporal, lo "fino, reflexivo, prudente y tímido" (Lavater) de su posición intelectual; siempre el pensar, investigar y sondear en su propio interior prestan a este semblante, fuera de ello más bien abstracto, un resplandor incomparable e inolvidable. 

...Involuntariamente, se piensa al punto, al ver esta fina cara de monje, con una sequedad como de conserva, en ventanas cerradas, en el calor de la estufa, en el polvo de los libros, en noches de vigilia y días llenos de trabajo; ningún calor, ningún torrente de fuerza brota de ese glacial semblante y, en efecto, Erasmo siempre tiene frío, este hombrecillo de cuarto cerrado se envuelve siempre en unas vestiduras anchas de mangas, gruesas, guarnecidas con pieles; siempre cubierta la ya temprana calva cabeza, contra las atormentadoras corrientes de aire, con un birrete de terciopelo. Es el semblante de un ser humano que no vive en la vida, sino en el mundo del pensamiento; su fuerza no reside en el cuerpo entero, sino que está encerrada únicamente en la huesuda vóbeda de encima de las sienes. Sin fuerzas de resistencia contra la realidad, Erasmo sólo en la función de su cerebro tiene una vitalidad verdadera.

Sólo a causa de esta aura de lo espiritual llega a ser expresivo el semblante de Erasmo: incomparable, inolvidable, el cuadro de Holbein que representa a Erasmo en el más sagrado momento de su existencia, en el instante creador de trabajo; esta obra maestra de las obras maestras del pintor, acaso pudiera ser calificada como la más perfecta presentación pictórica de un escritor, en quin la palabra viva se convierte mágicamente en la visibilidad de lo escrito. Siempre se acuerda uno de esta imagen -pues ¿Quién que la haya visto podrá nunca olvidarla?-, Erasmo está de pie ante su pupitre e involuntariamente percibe uno hasta el temblor de sus nervios: esta solo. Pleno silencio reina en este recinto; la puerta, detrás del hombre que trabaja, tiene que estar cerrada; nadie anda, nada se mueve en la estrecha celda, pero cualquier cosa que en torno ocurriera no sería advertida por este hombre hundido en sí mismo, un misterioso estado de vida que se desarrolla por completo en lo interior. Pues, con la más alta concentración, su resplandeciente mirada azul, como si se derramara luz de sus pupilas sobre las palabras, sigue lo escrito sobre la blanca hoja de papel, donde la mano diestra, flaca, sutil y casi femenina, traza sus signos obedeciendo a una orden que viene de arriba. La boca está fruncida; la frente resplandece serena y tranquila; mecánica y fácilmente, parece que el cañón de pluma coloca sus runas sobre la pacífica hoja de papel. No obstante, un pequeño músculo que se hincha entre las cejas revela el esfuerzo del pensamiento, que se realiza de modo invisible y casi imperceptible. Apenas matrial, este  breve pliego compulsivo próximo a la zona creadora del cerebro deja presentir la dolorosa lucha por la expresión, por estampar la palabra auténtica. El pensar se nos aparece, con ello, como cosa directamente corporal y se comprende que todo es tensión e intensidad en este hombre, cuyo silencio está atravesado por corrientes misteriosas; magníficamente se ha conseguido representar en esta imagen el momento, en general, inescrutable, de la transmutación química de la fuerza de la materia espiritual en forma y escritura. Horas enteras puede contemplarse este cuadro y estar al acecho de su vibrante silencio, porque en este símbolo de Erasmo trabajando ha eternizado Holbein la santa gravedad de todo productor espiritual, la invisible paciencia de todo verdadero artista. 





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