Para distinguir los libros, hace tiempo que tengo en uso una clasificación que responde a las emociones que me causan. Los divido en libros que leo sentado y libros que leo de pie. Los primeros pueden ser amenos, instructivos, bellos, ilustres, o simplemente necios y aburridos; pero, en todo caso, incapaces de arrancarnos de la actitud normal. En cambio los hay que, apenas comenzados, nos hace levantar, como si de la tierra sacasen una fuerza que nos empuja los talones y nos obliga a esforzarnos como para subir. En éstos no leemos: declamamos, alzamos, subimos el ademán y la figura, sufrimos una verdadera transfiguración. Ejemplos de este género son: la tragedia griega, Platón, la filosofía indostánica, los Evangelios, Dante, Espinosa, Kant, Schopenhahuer, la música de Beethoven, y otros, si más modestos, no menos raros.
Al género apacible de lo que se lee sin sobresalto pertenecen todos los demás, innumerables, donde hallamos enseñanza, deleite, gracia, pero no el palpitar de conciencia que nos levanta como si sintiésemos revelado un nuevo aspecto de la creación; un nuevo aspecto que nos incita a movernos para llegar a contemplarlo entero.
Por lo demás, escribir libros es un triste consuelo de la no adaptación a la vida. Pensar es la más intensa y fecunda función de la vida; pero bajar del pensamiento a la tarea dudosa de escribirlo mengua el orgullo y denota insuficiencia espiritual, denota desconfianza de que la idea no viva si no se le apunta; vanidad de autor y un poco de fraternal solicitud de caminante que, para beneficio de futuros viajeros, marca en el árido camino los puntos donde se ha encontrado el agua ideal, indispensable para proseguir la ruta. Un libro. como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía.
Si se pudiese ser hondo y optimista, nunca se escribirían libros. Hombres llenos de energía, libres y fértiles, no se dedicarían a remedar con letra muerta el valor inefable, el remoce perenne de una vida que absorbería todos los ímpetus y todos sus anhelos. Un libro noble siempre es fruto de desilusión y signo de protesta. El poeta no cambia sus visiones por sus versos y el héroe prefiere vivir pasiones y heroísmos, más bien que cantarlos, por más que pudiera hacerlo en tupidas y bravas páginas. Escriben, el que no puede obrar y el que no satisface con la obra. Cada libro dice, expresamente o entre líneas: ¡Nada es como debiera ser!
¡Ay del que toma la pluma y se pone a escribir, mientras afuera todo es potencial que atrae el humano impulso; cuando todo lo inconcluso reclama emoción que lo consume en pura y perfecta realidad!
Extraordinario ensayo literario del gran maestro Vasconcelos, lectura obligada (en el buen sentido) para los que somos formadores de lectores.
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