Los colores invadirán el cielo. Los cuerpos se sacudirán por los sorpresivos estruendos. Millones estarán en pequeñas plazas en municipios, capitales. Las capillas, iglesias y catedrales serán de nuevo testigos mudos. También los palacios municipales y de Gobierno. Hará fresco, como todos los años. Millones más mirarán el televisor esperando el momento culminante. Los Ángeles, Chicago, Nueva York y varias ciudades más en el extranjero replicarán la ceremonia. En las embajadas y consulados los representantes de México sacarán sus mejores "trapos" para recibir a los compatriotas. Algunos por razones de horario se nos habrán adelantado en el camino. En la capital de la República, el Zócalo y varias delegaciones serán el continente de auténticos fenómenos de masas. Es el gran día del país. ¡Viva México!
Como toda fiesta ésta también tiene el sentido de un rompimiento en la continuidad temporal, es una escapatoria programada, de lo cotidiano que agobia. El establecimiento de ciclos, como lo ha demostrado brillantemente Mircea Eliade, permite crear una acariciada ficción: renacer. La esperanza se fortifica, las tristezas y el pesimismo van contra corriente. ¿Quién puede negarse a un festejo a la patria? ¡Viva México! Nos miraremos a los ojos, chocarán las tasas de atole, las botellas de cerveza, los tequilas o lo que sea. Algunos comerán quizá una tostada o un tamal en una verbena popular, otros espléndidas viandas traídas del otro lado del mundo. Los fuegos de artificio, en los que México destaca, las amistades, los amigos, los tragos harán de las suyas y algunos festejos se prolongarán quebrando la noche. La fiesta cumplirá sus propósitos. Sin embargo, en mí por lo menos, hace años que al rito le gana el alma.
Motivos personales para festejar de verdad que no faltan. La familia, los buenos amigos, las maravillosas hawaianas de Adelaida y José, el recaudo en el mercado de Mérida hace unos días, las bellotas que como todos los años ahora llueven, la ciclopista en Ciudad Universitaria, el altiplano llovido y transparente, un taco con pápalo quelite, Rolando Villazón el domingo en Bellas Artes, una despistada Flor de Mayo. Eso para hablar sólo de estos días, pues en la memoria siempre estarán las jacarandas floreando en el estiaje, el arrecife de Palancar en Cozumel, una caminata nocturna por Oaxaca, la alegría veracruzana, el mole de Socorro, las flores de Beatriz, Jalapa por sí misma, el Centro Histórico de la capital, un buen Cucurrucucú Paloma, casi cualquier acantilado del Pacífico, Zacatecas maravillosa, seguidos de un larguísimo etcétera que siempre le hace a uno la vida no sólo llevadera sino repleta de gozos simples. Siempre habrá bellezas y actitudes qué festejar. De verdad que no ando con una pequeña tormenta particular. Tampoco me gusta el papel de aguafiestas. Pero el oficio exige honestidad.
Una fiesta nacional no es un recuerdo personal de gozos, es otra cosa. Al final de cuentas se trata de recordar y enaltecer aquello que nos une, lo que nos es común, la patria como algo deseado. Allí es donde mi alma se cuartea. Me encantaría poder gritar ¡Viva México!, porque por fin los tres partidos mayores llegaron a un acuerdo de una cruzada nacional para combatir la pobreza que todavía toca a la mitad de la población. Para ello necesitamos más inversión social, salud, educación infraestructura. Por ello se necesita incrementar la recaudación. El objetivo podría ser 30 por ciento del PIB, como Chile. Estamos en alrededor de 17. Acciones concretas derivadas del pacto: cero tolerancia a la economía informal y a los evasores --hoy 50 por ciento de los causantes potenciales-- revisión de las excepciones en el IVA, descenso lento del ISR hasta llegar a niveles competitivos. El pacto también supondría por lo pronto salvar de la quiebra a Pemex, que en teoría es de los mexicanos, salvarla con un nuevo esquema fiscal que le permita recapitalizarse. Sólo así podríamos alejarnos de las crecientes importaciones de petroquímicos y ofrecer a las empresas energéticos a precios razonables.
¡Viva México! Podríamos gritar hasta desgañitarnos por la decisión de duplicar las exportaciones petroleras pero etiquetando los recursos para educación ciencia y tecnología, como lo hizo Noruega. Por cierto Castañeda ya lo propuso. Entonces sí estaríamos preparándonos para el siglo XXI, procurando al mexicano educado y capaz de competir en la sociedad del conocimiento, el mismo que tendría un claro impacto en la productividad laboral del país. Ésa es la condición insalvable para que el pastel a repartir crezca y los pobres disminuyan. Cómo no festejar a un país que se pone de acuerdo en una nueva legislación de seguridad pública, que rompe el monopolio en la investigación hoy en el Ministerio Público. Un nuevo esquema de seguridad con un Policía Nacional que en poco tiempo daría resultados a una ciudadanía desesperada. ¡Viva México!, una y mil veces. Motivos para el inagotable festejo podría haber muchos, por ejemplo la creación de una policía forestal que aprenda a los bandidos de la tala clandestina, evite los incendios forestales y nos aleje del horror de perder medio millón de hectáreas cada año. Destrabar las inversiones en tratamiento de aguas y desechos sólidos para poder contemplar el surgimiento de un país limpio y próspero que nada tiene que ver con el basurero que hemos creado. ¡Viva México, un México limpio y bien conservado!
Cómo no festejar la legalización del ahorro de los mexicanos pobres, de esos dineros que se juntaron con gran esfuerzo justo por los más desprotegidos, ahorros en casas, terrenos, vehículos que hoy quedan o en la ilegalidad o fuera del mercado y que por lo tanto se pierden. Hernando de Soto los ha calculado en más de 300,000 millones de dólares. ¡Viva México¡ Y qué decir del acuerdo de la nueva legislación que permite una fluida asociación entre empresarios, comunidades y ejidos y que es el principio de la capitalización y tecnificación del campo mexicano. ¡Viva México! Cómo no brindar por un nuevo esquema de pensiones que nos permitiría aprovechar el bono poblacional --del cual por cierto ya nos comimos una sexta parte-- y generar una masa de ahorro interno como nunca antes la conocimos. Así podríamos financiar los programas de vivienda que necesitamos. Hoy alrededor de cinco millones de familias no tienen techo propio. Ese país ordenado y próspero vería descender con rapidez sus niveles de desempleo y subempleo. Veríamos menos rostros angustiados en las calles, menos menores convertidos en mendigos profesionales, menos familias rotas por la emigración a Estados Unidos, todos ellos mexicanos atrapados por la miseria. Ellos ¿qué pueden festejar?
Por ese país es por el que quiero gritar. Así que vale la pena meditar el grito: ¡Viva México, ... otro México!
http://www.elsiglodedurango.com.mx/noticia/79169.viva-mexico.html
13-IX-05
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