jueves, 9 de diciembre de 2010

Isadora Duncan-Mi vida. (Fragmentos).

Cap. XVI

Cuando estuve en Londres, leí en el British Museum las traducciones de las obras de Ernst Haeckl, que me impresionaron grandemente por la lucidez y claridad con que expresaba su autor los diferentes fenómenos del Universo. Le escribí una carta para manifestarle mi gratitud por la impresión que sus libros me había producido. Debía de haber en aquella cara algo que llamara su atención, pues luego, cuando bailé en Berlín, me respondió a ella.

Ernst Haeckel estaba entonces desterrado por el káiser, y no podía venir a Berlín, por culpa de su libertad de expresión; pero nuestra correspondencia era frecuente, y, encontrándome en Bayeruth, le escribí y le rogué que acudiera a Petspiel y que me viera.

Una mañana lluviosa tomé un coche de dos caballos, pues entoncea no había automóviles, y fui a recibri a Ernest Haeckl a la estación. El grande hombre se apeó del tren. Aunque frisaba en los setenta, tenía una magnífica figura de atleta, la barba y el cabello blancos. Llevaba unos trajes amplios y raros, y una maleta en la mano. No nos habíamos visto nunca, pero nos reconocimos inmediatamente. Sus grandes brazos me abrazaron, y mi cara quedó como enterrada en su barba. De todo su ser se desprendía un fino perfume de salud, de fuerza y de inteligencia, si es que puede hablarse de un perfume de la inteligencia.

Fuimos juntos a Philios Ruhe, donde le habíamos reservado una habitación llena de flores. Me encaminé en seguida a Villa Wahnfried para comunicar a Frau Cósima la buena nueva: el gran Ernst Haeckel había llegado a Bayreuth.

...Pronuncié un discurso elogiando la grandeza de Haeckel, y luego bailé en su honor. Haeckel comentó mi danza, comparándola a todas las verdades fundamentales de la Naturaleza, y dijo que era una expresión de monismo, en cuanto precedía de una fuente única y tenía una sola dirección de evolución. Después cantó el famoso tenor von Barry, y se sirvió la comida. Haeckel estaba alegre como un niño. Y así, de fiesta, bebiendo y cantando, estuvimos hasta la mañana.

Sin embargo en Bayreuth, Haeckel se levantó al amanecer. Tenía la costumbre de venir a mi cuarto a invitarme a la cima de la montaña lo cual -confieso- me atraía mucho menos que a él. Pero eran unos paseos maravillosos, porque cada piedra del camino, cada árbol, cada capa geológica suscitaban un comentario suyo.

Cuando, por fin, llegábamos a la cúspide se ponía en pie, como un semidiós, y contemplaba las obras de la Naturaleza, con mirada de absoluta aprobación. Llevaba a la espalda su caballete y su caja de pinturas, y tomaba multitud de apuntes de los árboles del bosque y de las formaciones rocosas de las montañas. Aunque era un pintor bastante bueno, su obra carecía naturalmente de la imaginación del artista. Fefelejaba más bien la observación muera del científico. No quiero decir con esto que EH no pudiera apreciar el arte, sino que el arte era para él una sencialla manifestación de la evolución natural. Cuando le hablaba de nuestros entusiasmo por el Partenón, se interesaba por la calidad del mármol, por las capas geológicas  y por el lugar en que se alzaba el monte Pentélico, de donde el mármol procedía, sin reparar en mi elogio de las obras de Fidias.

Una noche me anunciaron en villa Wahnfried la visita del rey Fernando de Bulgaria...cuando yo lo invité a comer en Phillips Ruhe...pasó una velada deliciosa. Entonces pude apreciar a aquel hombre notable, poeta, artista, soñador y de una inteligencia verdaderamente regia.

...En Villa Wahfried conocí algunos jóvenes oficiales que me invitaron a dar paseos matutinos a caballo. Montaba con mi túnica y mis sandalias griegas, la cabeza desnuda y los bucles al viento. Parecía Brunhilda...En este mundo extraño de leyendas pasé todo el verano.

XVII

...¡Cuán extraño debió parecer a aquellos dilettanti de los ballets suntuosos, de ricos decorados y escenarios, contemplar a una muchacha vestida con una túnica de telaraña, que aparecía y bailaba ante una sencilla cortina azul, al ritmo de lá música de Chopin; que danzaba con toda su alma al comprender el alma de Chopin! Y, sin embargo, la primera danza provocó una tormenta de aplausos. Mi alma, que esperaba y sufría con las trágicas notas de los Preludios; mi alma, que se sublevaba con los violentos compases de las Polonesas; mi alma, que lloraba de cólera legítima al pensar en los mártires de aquel cortejo funerario del alba; mi alma despertó en aquel auditorio rico, mimado y aristocrático, un torrente de aplausos calurosos. ¡Qué curioso!

...Soy una enemiga del Ballet, al que considero como un género falso y absurdo, que nada tiene que ver con el arte. Pero no pude menos de aplaudir la figura feérica de la Sechinsky cuando la vi volando en el escenario, más parecida a un pájaro o a una mariposa adorables que a un ser humano.

Durante el entreacto miré a mi alrededor y vi a las más bellas mujeres del mundo, con maravillosos vestidos descotados, cubiertas de alhajas y acompañadas por hombres de uniformes brillantes; aquel muestrario de riqueza y lujo me resultaba difícil de comprender...Después de la representación fui invitada a cenar en el palacio de la Sechinsky, donde conocí al Gran Duque Miguel, que escuchó, no sin asombro, mis proyectos de creación de una escuela de baile para los niños del pueblo. Debía parecerles algo muy incomprensible, pero todos me trataban con amable cordialidad y me concedían la hospitalidad más generosa.

Algunos días mas tarde recibí la visita de la encantadora Pavlowa, y nuevamente tuve que ir a un palco para verla danzar en el adorable ballet de Giséle. Aunque los movimientos de aquéllos bailes eran contrarios a todo sentimiento artístico y humano, no pude meos de aplaudir calurosamente la exquisita aparición de la Pavlowa, cuando flotaba sobre el escenario.

Cenamos en casa de la Pavlowa, que era una casa más modesta que el palacio de la Sechinsky, pero igualmente bella, y yo me senté entre los pintores Bakst y Benoist, y por primera vez vi a Diaguileff, con quien entablé una ardiente discusión sobre el arte del baile, tal y como yo le concebía, en oposición al ballet.







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