Fray Bartolomé de Valumbroso era de una candidez infantil, era afable, era bueno y tenía muy plácido el humor. Fray Bartolomé era sencillo, con la pueril inocencia de las hierbas del monte y de las florecillas de su huerto fancisco. Fray Bartolomé era humilde, se creía muy atrás en perfección y el peor de sus hermanos, y el más malo del mundo, y que en esaber no igualaba al que menos supiera de los frailes, pues todos los de su convento eran de agudo seso, de buena ciencia y de escogida doctrina.
Su vida se abría con la pureza de una flor y se deslizaba blandamente en la paz melodiosa del claustro, desleyendo en torno suyo la cordial fragancia de su espíritu, y cualquier infortunio o padecer que fuese el arrimo de su corazón, caían los consuelos y las esperanzas sobre tan dolida flaqueza, perfumándola sutilmente y forzándola llevadera y fácil, como una cosa de liviano peso.
En el atrio húmedo y verde de su iglesia, mostraba con mucho amor la luz del Evangelio e infundía, con palabras y ejemplos, santas costumbres; pero a los pobres, desvalidos y maltratados de la fortuna, abríales entrañas de misericordia y socorría sus hambres y desnudeces, porque harto le lastimaban los dolores ajemos, penando por lo que otros padecían y efermándose con ellos en la compasión, pues en los pechos de él se crió la piedad. Y así, su palabra clemente, mansa, sacaba de la alquitara de su alma las benignas esencias que iba a gotear en todas las desventuras, y de sus ojos apacibles, en los que estaba prendida toda la inefable dulzura de las leyendas piadosas que leyera, caían en las miradas blandamente, se posaban en todas las cosas con una larga caricia sedante, y parecía que a su influjo ennoblecíanse, vistiéndose de decoro, y se llenaban de secreta eficiacia.
Si no sabía comentar a los santos padres y doctores de la iglesia, ni comprendía el latín de esos infolios abultados como biblias, impresos con caracteres góticos o con bella letra aldina y grandes y adornadas mayúsculas, barruntaba sólo que debía ser selecta y aristócrata la ciencia que encerraban, para que en formas tan exquisitas se envolviera, y que explicarían en su admirable tipografía cosas harto escondidas y difíciles para él, sobre la ciencia de Dios, los desitnos del hombre y los misterios de la ciencia y del cielo, sobre todo lo cual discurrían admirablemente los padres, y él solo oía, con ojos absortos, las largas alegaciones en las que sonaban en la quietud conventual, consecuencias y premisas, mayor y menor, niego y afirmo, adelantando con réplicas el argumento y dando solución a las dificultades, legitimando con facilidad currente de los antecedentes las consecuencias, y aunque Fray Bartolomé estaba ayuno de estas cosas sutiles, ni sabía cómo aderezar un buer silogismo, ni un distingo oportuno, ni dar a las palabras otro diferente viso, ni con sus razones poner en limpio una consecuencia, ni escribir apostillas ni escolios en los libros de los santos; y aunque atareara mucho el entendimiento, no podía desatar el rigor de sus conceptos, en cuya empresa han sudado los más ingenios, sacando de sus leyes excepcioens y falencias, y experimentando en neustro idioma el sentido del original; ni podía, con la destreza de las palabras, hacer que bullese y alentara la figura vista o la cosa imaginada, y saliesen las claúsulas preñadas de vivezas. Pero no se apenaba por no darle alcance a la dificultad en la ciencia teológica; él, con alegría inocente y con su hablar candoroso, lleno de parábolas, y con razones fáciles y claras en que ponía el entendimiento de su espíritu, atendía a dilatar la santa fec, haciendo pláticas muy fervorosas ante los pobres, que enderezaban toda la atención a su voz, la cual, vertiendo dulzuras, entrábales por el oído y les conquistaba blandamente el alma.
Además, Dios habíales hecho dueño de una gracia singular, y era el saber pintar con maestría. Sabía bien Fray Bartolomé animar el dibujo con la perfección y hermosura de los colores, y cuando era menester, abajaba sabiamente eéstos hasta las apacibles tenuidades del matiz más gustoso. Era diestro en eso que llaman perspectiva, y con ella ponía tales alejamientos y tan armoniosas distancias, que tenían sus cuadros una grande hondura, un ambiente vasto, y se veían rodeadas de aire todas sus figuras, que casi las hacía alentar y estremecerse...Y toda su inocencia, todo el sosiego armonioso de su espíritu y toda aquella su cordialidad sahumada de candor, iba a dar a la idealidad de sus telas, temblando en los ojos de sus vírgines y de sus santos, y poniendo paz dulce y risueña en los paisajes que llenaban el fondo de sus cuadros.
Y todos, todos los suyos, hacían deleite a los ojos, infundiendo gusto y recreación, y eran objeto de todos los agrados, y bullían siempre en loores las bocas, y el gozo no cabía en la capacidad de aquellos que llegaban a ser poseedores de alguno, pues si tenían complacencia con sólo verlos, era más, y a buena dicha se constaba, poseer alguna de sus obras.
Fray Bartolomé estaba siempre sontra sí y por la parte de Dios, teniendo hacia Él perennemente levantada el alma, porque la durmió a todos los cuidados y deseos de esta vida; profesó en ella sólo trabajos y rigores; y desde sus años mozos sacrificó su carne y apetito en la alteza de espíritu, y apagó las codicias y quebrantó el orgullo ejercitándose en las consideraciones de su nada; y fue desde entonces singularísimo en la poquedad del sueño y en la abstinencia de la comida. Y cuando, ya en la clausura, tomó el camino real de la mortificación, y se privó de consuelos corporales que lícitamente podría admitir, entonces, cuando sus superiores ecomendábanle pintar algun cuadro, o él quería fijar en la tela el asunto que había soñado, tomaba con más placer la templanza y el ayunio, porque estaba lejos de desear el gusto del manjar, pues su deleite fue seimpre carcer de todo género de sabor.
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