sábado, 18 de diciembre de 2010
Juan José Arreola-El mapa de los objetos perdidos.
El hombre que me vendió el mapa no tenía nada de extraño. Un tipo común y corriente, un poco enfermo tal vez. Me abordó sencillamente, como esos vendedores que nos salen al paso en la calle. Pidió muy poco dinero por su mapa: quería deshacerse de él a toda costa. Cuando me ofreció una demostración acepté curioso porque era domningo y no tenía qué hacer. Fuimos a un sitio cercano para buscar el triste objeto que tal vez él mismo había tirado allí, seguro de que nadie iba a recvogerlo: una peineta de celuloide, color de rosa, llena de menudas piedrecillas. La guardo todavìa entre docenas de baratijas semejantes y le tengo especial cariño porque fue el primer eslabón de la cadena. Lamento que no le acompañen las cosas vendidas y las monedas gastadas. Desde entonces vivo de los hallazgos deparados por el mapa. Vida bastante miserable, es cierto, pero que me ha ibrado para siempre de toda preocupación. Y a veces, de tiempo en tiempo, aparece en el mapa alguna mujer perdida que se aviene misteriosamente a mis modestos recursos.
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