lunes, 13 de diciembre de 2010

José Vasconcelos-En la escuela (Fragmento de Ulises Criollo).

En la Escuela

En Piedras Negras prosperaban los negocios. Se construían edificios públicos, se desarrollaba la mecánica en los talleres extranjeros de reparación de locomotoras; abundaban los comercios de lujo, almacenes y joyerías; pero no había una escuela aceptable. Del otro lado, los yankees no tenía un caudillo napoleónico ni Leyes de Reforma lo Juárez; sin embargo acompañaban su progreso material acelerado, de una esmerada atención a la escuela. Libres de la amenaza del militar, los vecinos de Eagle Pass construían casas modernas y cómodas, mientras nosotros, en Piedras Negras, seguíamos viviendo a lo bárbaro. Los mismos mexicanos que lograban reunir algún capital preferían invertirlo en el lado norteamericano para ponerlo a salvo de gobiernistas del momento y revolucionaros del futuro. También los temperamentos rebeldes –la levadura mejor del progreso- escapaban cuando podían del lado yankee, bendito de paz alimentada en libertades públicas.


Nosotros en busaca de escuela, nos trasladamos una temporada a la vecina Eagle Pass o, como decían en casa, con total ignorancia y desdén del idioma extranjero, “El Paso del Águila”.

El río se cruzaba en balsas. Avanzaban éstas por medio de poleas deslizadas sobre un cable tendido en una u otra ribera. A la chalana se entraba con todo y el coche de caballos. Para el tráfico ligero había esquifes de remo. Estando nosotros en Eagle Pass presenciamos la inauguración del puente internacional para peatones y carruajes. Larga estructura metálica de seis o más armaduras, apoyadas en dobles pilastras de hormigón armado. Al centro pasan los carruajes, y por ambos lados andadores de entarimados y barandal de hierro. Los habitantes de las dos ciudades se congregaron cada cual en su propio extremo del nuevo viaducto. Las comitivas oficiales partieron de su territorio para encontrarse al medio del río, estrecharse las manos y cortar las cintas simbólicas que rompían barreras y dejaban libre el paso entre las dos naciones. No eran tiempos de espionaje oficial y pasaportes. El tránsito constaba una moneda para empresa del puente, y dos guardas de ambas aduanas se limitaban a revisar los bultos sin inquirir la identidad de los transeúntes. Un sinnúmero de carruajes, algunos enflorados, cruzó en irrupción de visitas recíprocas, El pueblo se mantuvo reservado. Ni los de Piedras Negras pasaron en grupos al “Paso del Águila” ni los de Eagle Pass se aventuraron a cruzar hacia la tierra de los greasers. En aquella época, cuando bajaba el agua del río, en ocasión de las sequías, que estrechaban el cauce, librábanse verdaderos combates a honda entre el populacho de las villas rivereñas. El odio de la raza, los recuerdos del cuarenta y siete, mantenían el rencor. Sin motivo y sólo por el grito de greasers o de gringo, solían producirse choques sangrientos.

Mi primera experiencia en la escuela de Eagle Pass fue amarga. Vi niños norteamericanos y mexicanos sentados frente a una maestra cuyo idioma no comprendía. Súbitamente mi vecino más próximo, tejanito bilingüe, dándome un codazo interpela:

-Oye ¿y tú a cuántos de éstos les pegas?-. Me quede sin comprender, pero el otro insiste:-¿Le puedes a Jack? –y señala a un muchacho rubicundo.

Después de examinarlo, respondí modestamente que no.

-¿Y Johnny, y a Bill?

Por fin, irritado de tanta insistencia, contesté al azar que sí. El señalado era un chico pecoso más o menos de mi estatura. Imaginé que ya no había más que hacer.

Pero luego que salimos al recreo, se formó el ruedo. Se acercaba unos a verme de cerca; otros requirieron mis libros; alguno me dio la mano y varios me empujaron. Entonces mi vecino de banco gritó:

-Éste dice que le pega a Tom…

En seguida nos enfrentaron: marcaron el suelo una raya entre los dos; el que primero la pisara era el más hombre. Nos lanzamos, no ya a la raya, sino uno sobre otro, y nos pegamos; volvimos a contemplamos y otra vez a reñir; por fin nos apartaron.

-Bueno -exclamó mi vecino-, puedes quedar, en seguida de éste… -Luégo, volviéndose a mí: -Á este le toca el número siete.

Muy extraño y ofendido, no tuve, sin embargo, más remedio que someterme. Pocas semanas después, otro nuevo, un pequeño barrigocito, que no quiso reñir, fue entre todos zarandeado y cacheteado hasta que lo hicieron llorar. Me indignó el episodio y acentué mi retraimiento. Era yo tímido y triste, pero sujeto a accesos de cólera, que por lo menos, me salvaban de transigir con lo que ya se me aparecía como una ignominia ambiente.

Por lo demás me sentía la conciencia entre sombras: me saltaban miedos angustiosos; me ponía profundamente triste, sin motivo; me quedaba solo largas horas, hurgando en el interior de mi propia tiniebla. Me sobrecogían temores casi paralizantes, y de pronto se me soltaban impulsos arrojados, frenéticos. Padecía la esclavitud de mis propias decisiones triviales. Cierta vez que mis padres proyectaron un paseo dominical y a última hora lo sus pendieron, hice un disgusto casi lúgubre. No acepté ninguna distracción en remplazo, y me estuve todo el día repitiendo:

-Mamá, dijiste que íbamos… Papá, dijiste que íbamos…
Mi madre, aburrida, dijo por fin:
-Te voy a poner a ti “dijiste”, “dijiste”, no seas testarudo, vete a jugar.

Y no es que me importara tanto el paseo; me dolía y me desconcertaba el cambio de plan ya convenido. De mi madre heredaba la resistencia a contrariar una resolución ya concertada. Era ella capaz de los mayores sacrificios para llevar adelante cualquier convenio, no tanto por el honor de la palabra empeñada, sino porque la voluntad es temple que se quebranta si no le respetamos sus decisiones. Falta de flexibilidad, comentara alguien; y, en efecto, la vida nos obliga a los cambios; por eso mismo hay que ser respetuoso de las resoluciones que libremente adoptamos.

“Cuídate de tomar una decisión, porque enseguida serás su esclavo”. Si alguien me hubiera susurrado al oído este consejo, en mucho se habría aligerado mi carga. Oscuridad, desamparo, terrible pavor y comprensión vanidosa, tal es el resumen emocional de mi infancia.

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