Ya no triste soliloquia
el nocturno ruiseñor,
y el gorrión madrugador
llama a misa en la parroquia.
Vamos al templo. Hoy es fiesta.
Tulipán dirá el sermón;
en la misa, gran orquesta;
y en la tarde, procesión.
Palomas y codornices
con hojitas de azahares,
remiendan sobrepellices
y componen los altares.
Un pobre topo, el más mandria
y apocado, barre el coro.
¡Hoy va a cantar la calandria,
la calandria de voz de oro!
Será el zentzontle, tenor;
jilguero, primer violín;
y maestro director
el arrogante clarín.
La pila de agua bendita
que está en el rincón umbrío,
es silvestre margarita
llena de fresco rocío.
El candelabro mayor
es una hermosa araucaria,
y aquel altar, siempre en flor,
es de santa pasionaria.
Mil cazoletas de almendro
perfuman el tabernáculo;
ya viene con mitra y báculo
monseñor el rododendro.
Van los breves aretillos
repicando cascabeles,
y detrás, rojos claveles
vestidos de monaguillos.
Otro, guapo y petimetre,
va con acetre e hisopo,
y el hisopo de su acetre
es un pompón de heliotropo.
Del coro, bajo en las rejas,
absortas en sus plegarias,
se agrupan las trinitarias,
que tienen caras de viejas.
¿No miras los blancos cirios
de plateadas escamas?
Son encarrujados lirios,
y de mirto son las llamas.
A la camelia patricia
ya la azalea pizpireta
ve azucena la novicia
con sus ojos de violeta.
En bello sitial la dalia
como priora se esponja,
mientras la tórtola monja
entra de sayo y sandalia.
Abajo, frescas sirídeas
cubren la arena del piso;
y forman árido friso
en los muros, las orquídeas.
¿No oíste parar un coche?
Es del alcalde. ¡Qué gruesa
va la señora alcaldesa
con su dondiego de noche!
En cambio, ¡qué jubilosas,
qué frescas y qué elegantes
están las jóvenes rosas!
¡Qué indevotos sus amantes!
Aquél que de negro viste,
el de las grandes ojeras,
es un pensamiento triste. ..
¡Sufre mucho! ¡Si supieras…!
Mas ¡silencio! ¡De rodillas!
Ya el monago, de roquete,
girar hace el rehilete
de azulinas campanillas.
Parece el altar brillante
ascua de plata inflamada:
¡ya levanta el oficiante
la gardenia inmaculada!
Luego, una ráfaga fría
súbita baja del coro
y apaga la luz que ardía
en el gran trébol de oro.
Los rojos mirtos prendidos
en los cirios, azulean,
se retuercen, parpadean
y quédanse, al fin, dormidos.
Sus pábilos en hilera
simulan negro rosario;
por la torcida escalera
baja el cuervo al santuario.
Frente al sagrario se hinca,
el agudo pico tiende;
y, lámpara azul, se enciende,
tremulante, la pervinca.
Salgamos: la muda selva
derrama dulce beleño
y esparce la madreselva
su apacible olor de sueño.
Cierran las flores sus broches;
calla la breve campana:
flores nuevas, buenas noches;
Musa azul, hasta mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario