...Y en estos éxtasis pasaban por mi mente ideas ingenuas; por ejemplo: "Esos arroyuelos cantan sin que nadie se detenga a oir su música humilde y, sin embargo, no se intranquilizan y prosiguen su suave canción, armonizada con el ritmo de todos los mundos. En ocasiones, con súbito estrépito, el gruñido inmenso de un trueno hacía trepidar el paisaje; alguna roca movediza rodaba hasta el mar dejando una estela de polvo leve y ascendente, cual si fuera de humo; Esopo alazaba trémula la nariz, sorprendido de aquel repentino olor a tierra húmeda...La montaña estaba tan socavada, que aveces bastaba un tiro o un grito para originar la caída de una de las piedras inestablemente sujetas a la ladera; y yo me entretenía en lanzar grandes voce spara ver caer aquellas piedras, tal vez ávidas de ir a refrescarse al mar.
...Como un soberano caprichoso iba de un lado a otro por mis dominios y los pájaros detenían su algarabía cual tímidos cortesanos al yo acercarme. Sólo alguno más audaz cantaba sin hacerme caso...y estos eran mis preferidos.
Como tantas veces, la tarde sobrevino cuando mi alma avara no se había ahitado aún del oro del día; y hube de regresar y encender mi lumbre y asar en la llama la pieza más hermosa de mi morral y acostarme para adormecer una actividad deseosa de ejercerse en espera del día siguiente. Pero el sueño no cerraba por completo mis ojos. El silencio y la quietud circundantes avivaban mi alma, y me levanté, e inclinado sobre el aféizar de mi ventanuca, me puse a contemplar el mágico reflejo que, como una siembra estelar, caía sobre los campos, sobre el mar...El cielo, durante un momento, lució terso, hasta que, muy despacio, con maravillosa timidez, las estrellas comenzaron a vivir...Y ahora el firmamento esplendía de lucecitas de azulosa plata..Eran millares, millones...Y había algo tan grande y tan nuevo en la repetición eterna de ese espectáculo, que mis ojos se comunicaron estrechamente con mi alma, dándole la sensación de estar contemplando el fondo de la obra de Dios. El corazón aceleró su ritmo, cual si la inmensidad vacía fuera su morada familiar; y otra vez las ideas ingenuas acudieron casi a mis labios en esta pregunta de niño. ¿Por qué se adornó esta tarde el horizonte de lilas y oro? ¿Será esta noche de fiesta allá arriba, y mis oídos imperfectos no podrán percibir la música maravillosa de orquestas que ni mis ojos alcanzar los ríos siderales, sobre los que, en suavísima procesión, irían miríadas de barcas con velas henchidas?
Así pasaban muchos días. Otros me pasaba observando los accidentes del deshielo, sin ocuparme, a pocas provisiones que tuviera, de cazar; atento a los cien secretos de la Naturaleza que se me iban revelando, a modo de premios a un anhelo puro y tenaz.
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