...¡Qué placer anticiparse, no sólo a la salida del sol y al espectáculo de las aurora, sino también si fuera posible, al despertar de la misma naturaleza! ¡Cuántas mañanas, en invierno o verano, antes que ningún vecino se pusiera en movimiento para dar principio a sus tareas, ya hbaía puesto yo fin a las mías! A buen seguiro que se han cruzado conmigo, cuando volvía de mis quehaceres, muchos granjeros camino a Boston, al amanecer, o leñadores que se dirigían a su trabajo. Bien es verdad que jamás ayudé materialmente al sol en su salida, pero no era lo menos importante, sin duda, estar presente en ese instante.
Muchos fueron los días de otoño, y hasta de invierno, que pasé fuera de la ciudad, tratando de interpretar el rumor del viento. A punto estuve de perder mi menguado capital en la quimérica empresa de correr contra el viento. Si algo le hubiera ido en ello a cualquiera de los partidos políticos, mi caso habría alcanzado resonancias en sus gacetas. Otras veces, vigilaba desde el observatorio de un risco o de un árbol para comunicar la llegada de alguien; o bien en la cima de una colina, ya anochecido, esperaba que cayese algo del cielo, para apoderarme de ello; y la verdad es que nunca pude recoger gran cosa, y lo que conseguí, como el maná, se disolvía de nuevo a la luz del sol.
Fui por mucho tiempo reportero de un periódico de escasa circulación, cuyo director casi nunca consideraba mis artículos dignos de publicarse. Como sucede con frecuencia a los escritores, trabajé por amor al arte. Pero en este caso el arte llevaba en sí mismo la recompensa.
Ejercí muchos años el cargo, que me dí a mí mismo, de vigilante de tormentas de nieve o de lluvia, y cumplí fielmente mi deber. También fui inspector, ya que no de carreteras principales, de senderos y veredas de las que atraviesan parcelas de terreno, y mantenía las vías expeditas, con puentes sobre las barrancas transitables en toda época, allí donde las huellas humanas atestiguaran su utilidad.
Custodiaba el ganado arisco del pueblo, que da tantos quebraderos de cabeza al fiel pastor, saltando las cercas; registraba los escondrijos y rincones de la granja. Sin preocuparme de si en ese día trabajaban en la heredad Jonás o Salomón, lo cual me era indiferente. He regado la roja gayuba, la prumis pumila, el almez, el pino rojo, el fresno negro, la vid blanca, la violeta amarilla, que, de no haberlo hecho, se hubieran marchitado en las estaciones secas.
...Mi propósito, al ir al lago de Walden, no era el de vivir con poco ni mucho dinero, sino llevar a cabo algunas iniciativas personales con el mínimo posible de obstáculos. Si no lo logré, por carencia de sentido común, de espíritu emprendedor y de talento comercial, ello me pareció no tan lamentable como necio.
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