viernes, 17 de diciembre de 2010

Julio Verne-20 000 leguas de viaje submarino (1).

XI
El Nautilus.

Me levanté y seguí al capitán Nemo, quien abrió una doble puerta, practicada en la pared opuesta, y entramos en una sala de dimensiones análogas a la que acababamos de abandonar.

Era una biblioteca. Las elevadas armazones, con incrustaciones de bronce, soportaban en sus anchurosos estantes gran número de libros, con encuadernación uniforme. Seguían el contorno de la sala, terminando en su parte inferior en amplios divanes, tapizados de cuero marrón, que ofrecían las más confortables curvas. Varios pupitres articulados, que se apartaban o se acercaban a voluntad, permitían colocar a conveniente distancia el libro de lectura. En el centro, se asentaba una vasta mesa cubierta de folletos, revistas y papeles, entre los que se veían algunos periódicos atrasados.La luz eléctrica inundaba todo aquel conjunto armónico, descendiendo de cuatro globos esmerilados, medio empotrados en los artesones del techo. No pude menos de contemplar con admiración aquella estancia, tan ingeniosamente alhajada, aterviéndome apenas a dar crédito a mis ojos.

-Capitán Nemo- dije a mi anfitrión, que acababa de tenderse sobre un diván, posee usted una biblioteca que haría honor a más de un palacio continental, y me maravilla verdaderamente pensar que puede seguirle a lo más profundo de los mares.

-¿Dónde hallar más soledad? ¿Más silencio? -Contestó el capitán Nemo. Supongo que no reunirá mejores condiciones de quietud su despacho del Museo.

-No, señor, y además, es bien mezquino comparado con el suyo. Aquí hay 6 o 7 mil volúmenes.

-12 mil, señor Aronnax. Ellos son los únicos lazos que me unen a la tierra. El mundo acabó para mí el día en que mi Nautilus se sumergió por primera vez bajo las aguas. Aquel mismo día compré los últimos libros, las últimas revistas, los últimos periódicos, y, desde entonces, he supuesto que la humanidad no ha vuelto a pensar ni escribir. Excuso decir a usted que estos libros están a su disposición y puede utilizarlos libremente.

Agradecí su atención al capitán Nemo, y me acerqué a la estantería. Abundaban en ellas los libros de ciencia, de moral, de literatura, escritos en todos los idiomas, pero ni una sola palabra de ecomomía política; la materia parecia estar severamente proscrita a bordo. Como detalle curioso, consignaré que todos los libros estaban clasificados, indistintamente, sin separación por idiomas, lo cual demostraba que el capitán del Nautilus debía leer corrientemente cualquier volumen que su mano tomase al azar.

Entre aquellas obras, figuraban las más escogidas de autores antiguos y modernos, es decir, todo lo mejor que la humanidad ha producido en historia, poesía, novela y ciencia, desde Homero hasta Victor Hugo, desde Jenofonte hasta Mitchelet, desde Rabeilas a Madame Sand. Pero la que predominaba especialmente en la Biblioteca, era la cienca;los libros de mecánica, de balística, de hidrografía, de Meteorología, de geografría, de geología, etc., ocupaban un lugar no menos importante que las obras de historia natural,revelando que aquellos eran los estudios del capitán. Allí estaba todo el bagaje de Humboldt y Arago, los trabajos de Focault, de Enrique Saint-Claire Deville, de Charles, de Milne, de Edwards, de Quatrefages, de Tyndall, de Faraday, de Berthelot, del abate Secchi, de Peterman, del comandante Maury, de Agassis y de tantos otros, las memorias de la Academia de Ciencias, los boletines de diversas sociedades geográficas, multitud de folletos, y, en lugar preferente, los 2 volúmenes que quizá me han valido la relativamente caritativa acogida del capitán Nemo. Entre las obas de José Bertrand, la titulada los fundadores de la Astronomía me suministró un indicio seguro; pues sabiendo que había visto la luz pública en el transcurso de 1865, deduje que la instalación del Nautilus no podía remontarse a época más remota. Así, pues, hacía tres años, a lo sumo que el capitán Nemo había comenzado su existencia submarina. Esperaba que alguna obra más reciente me permitiera determinar con exactitud dicha época; pero me quedaba sobrado tiempo para realizar la investigación, y no quise retardar nuestro paseo a través de las maravillas del Nautilus.

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