sábado, 25 de junio de 2011

Manuel Pereyra Mejía-Leed (Fragmento).

Cuando estéis solos, cuando no tengais ni siquiera una pena que os haga compañía, cuando el espíritu se haya cansado de viajar en las sombras: duda, vacilación, temores, tomad un libro. Leed, leed mucho y en vuestra mesa no os hallaréis ya solos, y en vuestra casa habrá entrado la alegría de vuestro propio ser que se multiplica y extiende para darle vida y aliento y belleza a las cosas más insignificantes y efímeras...

jueves, 12 de mayo de 2011

Carlos Spíndola-Discurso celebratorio del 18 aniversario de la Universidad "José Vasconcelos".

Toda universidad posee símbolos. Símbolos que le sirven de Norte para saber a dónde se debe dirigir, a pesar de las contingencias y particularidades de los tiempos. Esos símbolos pueden ser múltiples: algún color, escudo, bandera, edificio, uniforme, etc. En el caso de la Universidad José Vasconcelos tenemos un lema como símbolo, el cual siempre nos debe guiar: Ad Omnia Parati (Preparados para todo).

El lema de nuestra universidad proviene de una carta del gran orador, político y abogado romano Cicerón a Claudio Marcelo (un militar y político a quién Cicerón logró el perdón de Roma para volver de su destierro). De hecho, la frase completa es: a tuis reliquis non adhibemur ad omnia parati sumus (No somos consultados por los tuyos, pero estamos preparados para todo). Este lema nos tiene que servir de identidad siempre.

Ad omnia Parati implica que no dejemos un día sin estudiar, sin aprender. Nulla dies sine lineae (Ningún día sin una línea) decían los romanos. Ad Omnia Parati implica que no nos quejemos por el hecho de sacrificarnos para el estudio. Ad Omnia Parati implica transmitir los conocimientos de manera grata, seria y jocunda al mismo tiempo. Ad Omnia Parati es la frase adecuada para espíritus seguidores de Erasmo de Rotterdam o nuestro José Vasconcelos, quienes son arquetipos del deseo de conocimiento y sabiduría, pero de un conocimiento y sabiduría que se tienen que compartir. Que tiene que ser para todos y entregarse de manera noble.
Tenemos un símbolo, entonces, que nos impone obligaciones, pero que implica lo asimilemos y cumplamos con alegría. Y qué mejor que combinarlo con otro símbolo, éste el de todas las universidades del mundo: el himno gaudeamos igitur (seamos alegres). A propósito de esta celebración, estuve pensando en esta pieza del siglo XVIII pensando en las identidades universitarias. La universidad ha estado siempre relacionada con la juventud. Juventud corpórea sí, pero, sobre todo, juventud de espíritu. Lozanía eterna. Esto es otro punto de encuentro entre todos en el mundo universitario:

Vivat Academia, Vivat profesores, vivam membrum quodlibet, viva membra quaelibet, sempre sint in flore.
Viva la universidad, vivan los profesores, vivan todos y cada uno de sus miembros, resplandezcan como las flores.

No es casualidad entonces que, en el siglo XIX, el compositor alemán Johannes Brahms haya incluido en su Obertura para un Festival Académico este canto universitario. Los vítores y aplausos de los alumnos de la universidad de Breslau, institución a quien está dedicada la obra, fueron el premio y reconocimiento a un hombre que, a pesar de su enorme talento y saber, les hablaba con toda sencillez a través de los sonidos. Démonos la oportunidad de escuchar esta partitura y pensemos: Todos, en todo el mundo, directivos, profesores, alumnos, personal administrativo y de servicios generales hacemos posible esta felicidad cotidiana. La dureza de la vida está presente de manera recurrente, pero es este espíritu joven, que con la universidad se refuerza, por el cual tenemos más elementos para superar todo obstáculo.

Ad Omnia Parati Sumus.
Larga vida a la Universidad “José Vasconcelos” y feliz aniversario.

Oaxaca, Oaxaca.
Mayo 10, 20011

martes, 29 de marzo de 2011

Enrique Krauze-La rectoría de Gómez Morin: la Universidad frente al Estado (Presentación y Testimonios).

Casi a partir de su reapertura por Justo Sierra en 1910, y a pesar de haber nacido dependiente de la caridad estatal, la Universidad se convirtió en un poder pequeño pero combativo, con un cierto margen de autonomía política ante los gobiernos posrevolucionarios,que, sin excepción, buscaron cortejarla, asimilarla, o,incluso, suprimirla. Carranza dio puestos menores a universitarios, pero se ganó la enemistad de los estudiantes al desvincular a la Preparatoria de la Universidad. Obregón contó con el apoyo estudiantil sólo por un par de años,porque, a partir de 1923, su ministro Vasconcelos tuvo pro-blemas con la Universidad, y, en especial, con el rector Antonio Caso. Durante el periodo de Calles la institución se mantuvo calmada, pero apenas iniciado el maximato, entró a la arena pública mediante la huelga que derribó al rector Castro Leal, y, sobre todo, con el apoyo masivo que los universitarios brindaron a Vasconcelos en su campaña electoral. El “problema universitario” hizo mucho ruido entre 1912 y 1924, en especial entre los que eran profesionales del ruido: los diputados. Sorprende, por ejemplo, el número y el tono de los debates dedicados en las Cámaras a discutir la razón de ser y la autonomía de la Universidad. No puede decirse, sin embargo, que esta haya ocupado un sitio relevante en la vida política, ni que los intelectuales agazapados en ella se hubiesen enfrentado al gobierno, sino hasta el año de 1929. A pesar del fracaso del vasconcelismo, la Universidad impuso su peso político, tanto así que desde aquel año, ya no sólo el Estado, sino también otras corporaciones (político sindicales y paraconfesionales principalmente) comenzaron a buscar el modo de utilizarla para sus propios proyectos. Si la Universidad había probado ser una buena plataforma para Vasconcelos, podía serlo también para cualquier otro grupo.La rectoria de Gómez Morin encuentra una Universidad agitada todavia por los rescoldos de la campana vasconcelista. Pero a las dificultades históricas propias de la relación Universidad-Estado se le agregaban entonces las particulares de la coyuntura que se vivía. Investigaciones recientes de Lorenzo Meyer han demostrado que el maximato fue todo menos un páramo político bajo la mano dura de Pedro calles. Lo cierto parece ser lo contrario: en pocos períodos fue tan intensa la movilidad de gobernadores y funcionarios como en ese; los poderes locales estaban muy lejos de haber sucumbido al proceso de centralización; el movimiento obrero, que había vivido una etapa de pulverización a partir del “desmoronamiento de Morones” (1928),se integraba nuevamente con grandes movilizaciones, huelgas y nuevas organizaciones y líderes que se disputaban el poder y el favor oficial. Algunas organizaciones católicas urbanas, aguadas por la persecución religiosa latente, pre-tendían también fortalecerse. A esta inestabilidad política había que agregar la económica y social, provocada, la primera, por la depresión de 1929, y la segunda por la repatriación en masa de braceros y el enorme desempleo de esos años. En suma, el maximato en octubre de 1933 era un río revuelto en vísperas de la sucesión presidencial, y la Universidad, un territorio politico acariciado por muchos grupos.Complicaba las cosas para la Universidad el clima de verdadera guerra ideológica que caracterizó a los años treinta,no solo en México sino en casi todo el mundo occidental. Bertrand Russell escribía entonces que había que escoger entre Escila y Caribdis, entre fascismo y comunismo, no porque la alternativa fuese real sino porque todos creíanque lo era. El ventarrón ideológico mundial llegó a México y casi no hubo universidad de provincia -para no hablar de la capitalina- donde no levantara discusiones, pugnas, for-mara grupos, asociaciones, federaciones cuyo objetivo aparente era imponer (y evitar imponer) a la educación la etiqueta de moda. Mientras Lombardo Toledano se defìnia públicamente como marxista, Antonio Caso llegaba al extremo de alabar a Hitler. Sólo algunas aves raras como Cosío Villegas superaban el maniqueísmo, si bien, obviamente, sus simpatías estaban con un socialismo gradual, fabiano. La única escapatoria para los intelectuales o estudiantes que por formación o temperamento se alejaban del dogma marxista o del credo fascista era el dificil limbo liberal o el surrealismo anarquista. No es una casualidad que prácticamente el único intelectual qúe se negó a aceptar en el Con-greso de Paris (1936) la supuesta alternativa haya sido André Breton, y que en México la generación de Octavio Paz mantuviera una actitud similar a la de su futuro maestro. En un clima ideológico tan polarizado y susceptible, la Universidad tenía pocas esperanzas de defender con éxito sus principios, la libre cátedra por ejemplo, sin ser tildada inmediatamente de reaccionaria. El famoso “grito de Guadalajara” en el que Calles proclamó la necesidad de que la Revolución se apoderara de las conciencias infantiles,atizó aún más la lucha que desembocó por fìn en la reforma del artículo tercero constitucional y la adopción de la enseñanza socialista. El gobierno de Rodriguez-Calles se autocolocaba a la izquierda y relegaba a la Universidad, necesariamente, a la derecha. Completaban el panorama algunas animadversiones personales contra la institución. Varios funcionarios públicos,en especial el ministro de Educación Narciso Bassols (quien había tenido que renunciar a la dirección de la Escuela de derecho en 1929) parecían tener la convicción de que la Universidad era inútil. En definitiva, el momento de mayor gravedad llegó en octubre de 1933 al promulgarse la ley,gestada por Bassols, que hacia efectiva la autonomía formalmente decretada en 1929. En realidad el Estado convertía a la autonomía en una verdadera condena: mediante una sola exhibición de 10 millones de pesos, cortaba (liquidaba) toda clase de futura ayuda a la institución. La Universidad vivía entonces con cerca de 4 millones de pesos anuales, de modo que los intereses de ese patrimonio (625 mil pesos anuales), no servían para cubrir siquiera una quinta parte del presupuesto, sin contar con que al utilizar todos los intereses, el capital decrecería con la inflación. En fin, se trataba de suprimir a la institución “elitista e inútil”por la via rápida de la inanición. El desafio encontró unidos a los universitarios, gracias,en primer lugar, a que eran increiblemente pocos: apenas llegaban a unos cuantos cientos de estudiantes y maestros. Por otra parte, los integraba el hecho de haber logrado expulsar al rector Medellin y al director de la Preparatoria y cerebro de la conversión universitaria al socialismo:Lombardo Toledano. Después de varias reuniones que se efectuaron simultáneamente con la promulgación de la ley,se llego a la decisión de postular a Gómez Morin para la rectoria.En 1933, a los 36 anos de edad, Gómez Morin era ya un hombre desencantado de la Revolución. Aunque había colaborado en la reconstrucción económica del régimen de Calles, sus discrepancias con la politica económica (agraria principalmente) lo habían separado del gobierno al extremo de trabajar en 1928 -infructuosamente- en la fundación de un partido de oposición. Un año más tarde habia sido un cauteloso, aunque convencido, vasconcelista. Este antecedente de discrepancia con el gobierno, aunado a una cierta vena apostólica que Gómez Morin traía desde sus años juveniles, y a la devoción que toda su generación sintió por la obra de Justo Sierra continuada por el Ateneo, debieron impulsarlo a aceptar el reto. El mismo había luchado en 1918 por la autonomía universitaria; pero en 1933 el riesgo y la responsabilidad eran mucho más serios. A estas consideraciones emocionales hay que agregar una de orden práctico: las buenas relaciones de Gómez Morín con el mundo de la iniciativa privada de entonces hacían previsible que pudiera lograr los indispensables apoyos financieros que requería la Universidad para sobrevivir. Según Miguel Palacios Macedo, “el mejor Gómez Morín ”fue el Gómez Morin rector. Reorganizó las finanzas de la institución con todos los métodos imaginables, desde el recorte de gastos superfluos, la restricción de sueldos(empezando por el suyo propio), hasta el de recurrir a la caridad de empresas públicas y privadas, bancos, exalumnos, etc. . . El público en general podía ayudar a la institución comprando los llamados ‘bonos universitarios” y algunas empresas colaboraban con donativos en especie como útiles, papel, libros. Mediante esta estrategia múltiple se recabaron 400 mil pesos que aliviaron enormemente el déficit hasta mediados de 1934. Gómez Morín no hizo sólo una labor de bombero. Logró avances sustanciales en la organización del personal académico y en los planes de estudio e investigación. Bajo el lema de “Austeridad y trabajo” logró la cohesión de una mayoria de universitarios y el respeto de la opinión pública, al grado de que, a mediados de 1934, el Estado mismo reconoció el esfuerzo desplegado por ellos y realizó una segunda exhibición de dinero para atenuar el déficit. La Universidad pudo además, permanecer ajena al dogma con-sagrado en el nuevo articulo tercero. En suma, sobrevivió tanto fìnanciera como culturalmente, gracias, en buena medida, a su liderazgo y cohesión.Sin embargo las clases tuvieron que suspenderse conti-nuamente en 1934 con la consabida intervención de las fuerzas públicas. Aunque no puede hablarse entonces de re-presión, si era clara la labor de los provocadores venidos de las facciones políticas en pugna (CROM, GGOM, PC, el propio Estado o sus funcionarios, grupos católicos etc. . .).La bomba estalló a fines de octubre de 1934 con la renuncia de Gómez Morín, quien previamente había convocado a un plebiscito en el que los universitarios proclamaron masivamente su fe en los fines propios de la institución. La mermada salud del rector fue tal vez el factor determinante en su renuncia, lamentada por muchos intelectuales que veian en la Universidad -como habían visto en el vasconcelismo- un islote de independencia y crítica frente al Estado. La rectoria de Gómez Morín importa antes que nada para su biografía. Pocos períodos en su vida fueron tan intensos y apasionados como ése; se diria que trató de demostrar todo lo que el país hubiese ganado de haber sido gobernado por sus sabios. Alguna relevancia tiene el período también en la historia de la Universidad: aunque la Universidad ha “cambiado de escala”, los problemas que enfrentó Gómez Morín no son esencialmente distintos a los actuales. Pero la verdadera significación de aquel episodio anda por otro lado: aquella institución pequeña y dispersa en los edificios del centro, debe ser vista como una empresa cultural que buscaba un margen de independencia, de autonomía. Su lucha y sus limites son los de toda empresa de esa especie en México. Las pocas empresas culturales relativamente independientes de hoy tienen mucho que aprenderle a aquella Universidad. En primer lugar la convicción de que en épocas de crisis y de acoso, político e ideológico, sobrevivir es triunfar. En segundo lugar, la lección múltiple de tener los pies en la tierra: asegurar con decisión e imaginación las fuentes de financiamiento y diversificarlas todo lo posible; exigir el apoyo estatal sin detrimento de la autonomía; evitar la inflación del trabajo intelectual y poner en práctica el famoso do it yourself norteamericano. En una palabra,reconocer que se trata de una empresa sui generis y manejarla con sentido común y capacidad práctica. Otra lección aun más importante es la exigencia de calidad intelectual. Gómez Morin no confundía su labor de banquero con la de rector; estaba ahí para sostener a la Universidad, pero esto era un medio para conseguir el fin: elevar el nivel cultural, docente y de investigación. Sin embargo, en defitiva, la gran enseñanza es politica y moral: haber logrado el espíritu de cuerpo entre los universitarios y haberles dado crédito ante la opinión pública. La fuerza interior les dio la capacidad para regatear al Estado lo más importante: la supervivencia. Los dos documentos inéditos que publicamos ahora gracias a la gentileza de la familia Gómez Morín marcan el inicio y el final del periodo. La primera es una carta que Gómez Morín escribió acabado de desempacar en la Universidad. En ella expone las circunstancias en las que fue llamado, sus planes de reorganización académica, económica y moral de la institución y su particular idea de “la mision de la Universidad”. Fue escrito en un momento de fe. El segundo de octubre de 1934 es fragmento de un exhorto a los universitarios a cerrar filas, una revisión de los problemas que afectaban a la vida de la institución, una críticaa quienes pretendían utilizar a la Universidad o intentaban suprimirla, y, en fìn, una nueva declaración de fe en los principios intrínsecamente culturales de la Universidad. Fue escrito en un momento de angustia. Ambos tienen esa rara cualidad camaleónica de algunos documentos históricos.son, a un tiempo, ilustrativos de su época y vigentes en su futuro.

LOS PLANES DEL RECTOR: Señor doctor don Ricardo E. Manuell, Av. Hidalgo No. 100, Presente. Muy respetable señor: Recibí hoy en la mañana y he leído con la más grande atención, la interesante comunicación de usted fechada el 30 de noviembre anterior. De acuerdo con usted en casi todos los puntos de su comunicación, al contestarla comienzo por darle las gracias más cumplidas por todas las muy interesantes sugestiones que se sirve hacer, y por decirle cuan satisfactorio es para mí que todavía hay personas con la elevación de sentimientos y de ideas que la nota de usted revela. Evidentemente la situación en que la Universidad fué colocada al promulgarse la Ley de 21 de octubre anterior, es una situación difícil desde el punto de vista económico, puesto que el Estado pretende aparentemente reducir el esfuerzo que venía haciendo para sostener pecuniariamente a la Universidad, y en vez de dos y medio millones de pesos al año, le entrega una sola cantidad de diez millones de pesos que escasamente producirán $625,000.00. Pero con ser tan grave la situación económica en que la Ley de 21 deoctubre coloca a la Universidad, no es el problema económico el mayor de los que afectan a la Institución. Por encima de las dificultades pecuniarias inmediatas, la Universidad tiene problemas espirituales y humanos extraordinariamente graves: una enseñanza verbalista y sin disciplina; un profesorado que, con las naturales, preciosas y por fortuna no muy escasas excepciones, ha faltado muchas veces al cumplimiento de su deber; un conjunto de alumnos habituados no sólo a no pagar las colegiaturas, sino en muchos casos,a confiar más en la eficacia de un esfuerzo superficial de última hora que en un trabajo auténtico y constante; una organización, en suma, hecha de trozos, de miembros dispersos, de profesores aislados, de facultades y escuelas que son baronías feudales, de sistemas administrativos complicados y costosísimos, de malos métodos de selección de profesorado, de sistemas pobres de trabajo y de pruebas; de equipos pobrísimos en aulas, bibliotecas y laboratorios. La Universidad ha sido declarada autónoma (lo que, a pesar del diccionario, no es igual que si la Universidad fuera soberana); con los bienes de la autonomía han quedado aparejados sus inconvenientes y su responsabilidad. Si es grave que el Estado pretenda que en el curso de dos meses la Universidad pueda resolver su situación económica, más grave aún es que el Estado haya condenado inicialmente a la Institución a resolver por sí misma, justamente después de un periodo de revuelta, los más hondos problemas técnicos y humanos que la afectan. Es casi pedir un milagro (y además de ser raros los milagros, no los merecemos), el pedirque la Universidad sea capaz de organizar en plazo brevísimo su vida técnica, su estructura administrativa y su planta económica. Lo debido hubiera sido continuar por todo un año, por lo menos, con el subsidio del Estado; dar a la Universidad un fondo de cuarenta millones de pesos para iniciar la formación de su capital independiente : equiparla para que la autonomía fuera no una prueba superior tal vez a los mejores deseos y a las más firmes voluntades, sino una prueba arreglada a lo que humanamente es posible esperar de instituciones de su naturaleza.Pero mejor no se logra siempre y la realidad es que el día 23 de octubre pasado, la Universidad quedó legal y económicamente en la forma en que usted sabe. En estas condiciones, sin otros antecedentes universitarios que una constante devoción a la cultura y el haber profesado modestamente durante los últimos catorce años una cátedra de derecho público en la Facultad respectiva, cuando estaba yo totalmente desligado de la vida administrativa y política dela Universidad, fuí llamado por la Junta Provisional de Gobierno de la Institución para hacerme cargo de la Rectoría. Se imaginará usted, estoy seguro, la angustia con que debí pensar no sólo sobre mi incapacidad general para ocupar este puesto, sino con absoluta independencia de mi persona, sobre la extraordinaria gravedad de la situación en que la Universidad se encontraba colocada. Resolví, sin embargo, aceptar el cargo por tres razones capitales: la primera, porque era urgente integrar el gobierno de la Universidad y a los miembros de la Junta Provisional habían logrado por unanimidad ponerse de acuerdo en mi designación, cuando estaban en desacuerdo en todas las demás posibles y mejores designaciones; la segunda, porque aparentemente el problema más urgente de la Universidad, es el problema económico y, por circunstancias especiales, creo posible procurar la resolución de ese problema en su aspecto in-mediato al menos; la tercera y más importante, porque estuve y estoy seguro de que en toda la Universidad, en sus profesores, en sus alumnos, en sus elementos administrativos, hay un espíritu de responsabilidad y un propósito de esfuerzo orientado y preciso, y es en la existencia de ese espíritu y no en otra cosa, en la que debe fundarse la esperanza vital de la Institución. Me encuentro, respecto a la situación de la Universidad, en la misma posición que todos los demás profesores: ni hice la Ley de 21 de octubre, ni pude, intervenir para que esa Ley tuviera una orientación distinta de la que tiene. Recibí una situación creada y a ella he debido atenerme. Creo que el Estado no ha cumplido aún con sus deberes para la Universidad que son deberes para la comunidad entera,y estimo que no podrá decirse nunca, en un momento dado,que el Estado haya agotado el contenido de esos deberes que son perennes, Pienso que el ingreso que la Universidad podrá tener de su capital propio, es pobrísimo en relación con las necesidades mínimas universitarias; pero al mismo tiempo creo que ésta es una ocasión única para que la Universidad muestre su capacidad de vida. Creo que cualquier sacrificio debe intentarse si puede tener como fin el hacer de la Universidad lo que ha debido ser siempre: una alta institución disciplinada. limpia, capaz de una clara labor, de tal modo que en vez de ser el espejo que refleje con mezquindad aumentada las cosas que pasan fuera, sea, siguiendo la bella y vieja figura, una antorcha que ilumine un poco los caminos de la República. Es decir, creo que la Universidad debe enfrentarse con una situación como ésta; hacer un examen de conciencia; eliminar cuanto malo, débil o enfermizo haya en ella; hacer un recuento de sus capacidades y empeñarse en vivir tan modestamente como sea necesario; pero con todo el decoro que cumple a la misión que debe desempeñar en esta pobre comunidad mexicana.Con este criterio, sin ningún optimismo ciego procurando darme cuenta serenamente de todas las circunstanciasque han hecho de la Universidad lo que es y de las que pueden hacer de ella lo que todos deseamos, contando con la ayuda constante y eficacísima de todas las personas que en la Universidad se interesan y pidiendo que se interesen las personas que de la Universidad han estado alejadas por diversas razones, he estado trabajando, pidiendo, estudiando,proyectando y dejando poco a poco sentadas las bases de una nueva organización. Desde el punto de vista técnico, la estructura de la Universidad será modificada. Primero, mediante la creación de los Institutos, todos los profesores en cada una de las grandes ramas del conocimiento, quedarán dentro de un organismo capaz de establecer métodos, disciplinas, programas y oportunidades de investigación, ya que cada Instituto además de formar los programas parciales de cada asignatura, además de mantener en contacto a todos los profesores de las mismas disciplinas, además de establecerentre ellos, respetando, naturalmente, la personalidad de cada uno, la uniformidad de sistema de trabajo, procurará,dentro de la limitación de medios humanos y materiales que la Universidad tiene, realizar la labor de investigación más seria que sea posible. El profesor, que en el régimen actual no tiene otro contacto con la Universidad que recibir su nombramiento, asistir de vez en cuando, si es nombrado al efecto, a las Academias, y llevar las listas de clases, tendrá en lo futuro, mediante el Instituto, la oportunidad de prestar un servicio más vivo, más activo, más eficaz, y de recibir de la Universidad también, una oportunidad mayor para su trabajo, quizá para su vida misma, puesto que esta concentración técnica en los Institutos permitirá reducir el número de profesores y aumentar, por tanto, el salario individual de cada uno de ellos, no para hacerlos ricos; pero sí para darles una oportunidad decorosa de vida. No se reducirán los servicios de la Universidad, los servicios que sean realmente universitarios; pero si usted se toma la molestia de examinar un catálogo de las asignaturas que en la Universidad se profesan, encontrará usted un número fantástico; dentro de ese número hallará más de cien que, o no son en forma alguna asuntos universitarios, o son meros nombres porque no ha habido alumnos para tales asignaturas, ni en muchos casos ha habido profesores especialistas competentes. En otras ocasiones, una misma materia se repite en dos o tres asignaturas diversas que por economía y por técnica deben fundirse dentro de una misma disciplina. Así será posible que de un catálogo que comprende alrededor de setecientos nombres diversos, se haga una reducción sistemática y seria sin que la Universidad pierda nada en extensión ni en hondura de conocimientos impartidos, antes gane mucho en eso mismo, y en orden, técnica, disciplina y economía. Organizados los Institutos, de ellos tomarán las Facultades y Escuelas los elementos docentes que necesiten para integrar su profesorado, pues los Institutos no serán organismos de contacto directo con los alumnos, sino, como antes queda dicho, meros organismos ideales de profesores y, en cuanto sea posible, como lo ha sido ya en el de Biología y en algunos otros establecimientos, que además de la preparación docente, tengan un fruto de investigación y de estudio propio. En las mismas Facultades, además de los profesores miembros de los Institutos, trabajarán los profesores de Facultad o de Escuela para atender los cursos monográficos y los técnológicos. De esa manera será posible utilizar los muy importantes servicios de profesionistas distinguidos que, sin poder hacer de su vocación de maestros la ocupación principal de su actividad, tengan sin embargo esa vocación y sean capaces de enseñar con eficacia. También en las Facultades y Escuelas, como no podrá escapar a usted, será fácil hacer una concentración que implicará grandes economías técnicas y económicas, bien porque en algunos casos,(como en Derecho, Economía y Administración) sea, más lógico reunir en una sola Facultad conocimientos técnicos tan afines, bien porque, (porque en Educación Física, en Música y en la Normal Superior), o no sea propiamente universitario todo el conjunto de asignaturas que en esas escuelas se profesan, o puedan con ventaja, las materias de disciplina universitaria, profesarse en Facultades ya establecidas y tradicionales. Finalmente, la Universidad sin una Facultad de Ciencias, está notoriamente manca, y es preciso cuanto antes crea ese establecimiento que acabará de redondear y de dar cuerpo a la Universidad. Organizadas las Facultades y Escuelas sistemáticamente; establecidos los Institutos como médula de la Universidad que debe ser ante todo un cuerpo docente; coordinados los esfuerzos de los profesores para evitar su dispersión; concebida la Universidad como un todo orgánico y vital; roto el sistema feudal de Escuelas y Facultades dispersas, será posible esperar tener una más ágil y despierta conciencia universitaria y un trabajo más coordinado y mejor, tanto en la docencia directa, como en su preparación. Será posible además, crear en toda la vida universitaria un espíritu común que anime cada uno de los trozos de esa vida y que haga de la Universidad una verdadera Institución con un claro fin señalado a la actividad de todos los que en ella trabajan y estrechamente relacionado con las necesidades y aspiraciones de la co-munidad en la que la Universidad vive. Desde el punto de vista económico, era evidente que el presupuesto de la Universidad necesitaba y consentía numerosas y muy importantes economías. Desde el punto de vista administrativo, a pesar de los compromisos que la Universidad tiene con empleados que han gastado toda una vida al servicio de la Institución, ha sido posible ya, y será fácil en lo futuro, reducir en más de un 50 por ciento los gastos. Desde el punto de vista docente, queda dicho ya en qué forma pueden hacerse, sin mermar los servicios,antes mejorándolos, economias importantes.Los alumnos, además, deben pagar el costo de su enseñanza. Es esta la regla general en principio. El Estado debe y puede crear, y la Universidad lo ha solicitado y lo seguirá pidiendo, becas de colegiatura para los alumnos distinguidos que no puedan cubrir sus pensiones. La Universidad, además, está gestionando de numerosas fuentes, la creación de otras becas para estudiantes pobres que hayan demostrado su vocación y su capacidad de trabajo. Como usted dice, la Universidad debe cobrar el servicio que presta, ya que ese servicio tiene un costo y alguien debe pagar ese costo; pero como nuestro ambiente es muy pobre, precisa que otros organismos públicos o privados ayuden a los estudiantes.

que lo sean de verdad y que estén capacitados para pagar el costo de su enseñanza. El problema no es problema de la Universidad, ni para la Universidad. Es esencialmente un problema de la comunidad entera que debe y necesita aprovechar las mejores vocaciones. la Universidad se interesaen él y ayudará en todo lo que sea posible a resolverlo. De sus propios recursos, La Universidad tendrá el año entrante $625,000.00; de cuotas de colegiaturas, pueden esperarse, por ser el primer año de aplicación del nuevo sistema, $500,000.00. El presupuesto mínimo de la Universidad ya reducido al 50 por ciento del actual, no podrá ser inferior a $1.700,000.00. El déficit presupuestado entrelos ingresos previsibles y los egresos indispensables, es, pues, cuantioso; tendrá que ser cubierto con fondos que la Universidad obtenga del Estado y de otras fuentes. La Universidad espera, por tanto, los donativos que sele envien. Y por que no habría de pedirlos? El simple hecho de decir cuál es su situación económica, constituye una petición y las solicitudes concretas que se han enviado pidiendo cooperación para la Universidad, no son otra cosa que una sucinta exposición de esa situación económica que ya es conocida en toda la República, por la publicidad que le ha dado la prensa. Qué pecado hay en que la Universidad acuda concretamente, por ejemplo, a todos los universitarios de la República y solicite de ellos una cooperación espiritual y económica? Por qué la Universidad no ha de dirigirse a todas las personas o empresas que tienen una posición distinguida en la economía del país, para obtener de ellas una cooperación indispensable? Dice usted que ésto es “pedir limosna y que ello es cosa que jamás debiera hacer ni haber hecho”. Me parece que la palabra es lo único deprimente, porque en cuanto al hecho, todas las universidades de todo el mundo, ahora y siempre, han pedido y han recibido la ayuda de quiénes pueden prestarla; la ayuda incondicionada si no es por el destino a que esa ayuda puede dedicarse; el de promover y satisfacer necesidades de cultura.No sé si la Universidad logrará obtener todo el dinero que necesita: los $700,000.00 que de momento le hacenfalta, y los varios millones de pesos que también le hacen falta para reparar, reponer, crear o establecer los equipos, establecimientos, laboratorios, aulas y bibliotecas, necesarios para que la Universidad cumpla dignamente su función social; hasta el momento, en las dos primeras semanas en que se han estado recibiendo donativos, la Universidad tiene en caja por ese concepto más de $75,000.00. Todavía hay muchas fuentes de las que se espera una contribución seria. No es ilógico por ello, suponer que en todo el curso del año se logre reunir los $700,000.00 indispensables. Para el futuro, después de este primer año de trabajo independiente,serio, eficaz, no creo que exista, con los caracteres de urgencia que hoy tiene, el problema de. cubrir el presupuesto ordinario. La opinión pública será tal que el Estado reconocerá su deber y su conveniencia de atender los fines que la Universidad ofrezca. De numerosas instituciones culturales, habrá la posibilidad de recibir fondos importantes. Los alumnos mismos, con una visión más llena de espíritu universitario, estarán más dispuestos a aportar el pago de suscuotas.El día 23 de octubre fué preciso que los universitariosdecidieran entre los dos términos de una alternativa: aceptar la Universidad en las condiciones en que quedara colocada por virtud de la Ley y aceptar con ello todas las respon-sabilidades inherentes a la posibilidad de hacer, con grandees fuerzo y con todo género de sacrificios una Universidad como la desean, o decir al Estado que la Universidad, enlos términos legales, era imposible y, en consecuencia, devolver la Institución al Estado y ponerla nuevamente, deun modo abierto, bajo su dependencia. Había una tercera posibilidad: la de que los universitarios, por la violencia,lograran una modificación de la Ley y un aumento de su patrimonio. Los universitarios optaron por el primer término. Personalmente creo que esta decisión es la acertada para la Universidad y para la República. Ojalá que todos los que en la Universidad tenemos interés, antiguos universitarios, profesores, alumnos, elementos de administración, seamos capaces de entender la grave responsabilidad que sobre nosotros pesa y de perseguir con voluntad firme y con clara visión, el propósito de hacer, limpiamente, con claros perfiles, la Universidad que muchas veces hemos soñado. Disimule usted una carta tan larga. Espero que cualesquiera que sean las discrepancias de detalle, nos reúna el mismo anhelo universitario. Con esta ocasión me ofrezco de usted, atentamente,su respetuoso amigo y seguro servidor,Manuel Gómez Morín.

LLAMADO A LOS UNIVERSITARIOS Desgraciadamente, razones o necesidades ajenas a la vida interior de la Institución, con motivo de la reforma del artículo 3º constitucional, vinieron nuevamente a plantear como asunto vital e inmediato, oscurecedor por su urgencia, de las más hondas inquietudes universitarias, el asunto de la autonomía de la Universidad y de sus relaciones con el Poder Público. Durante varias semanas, todos los esfuerzos de preparación futura y aún el desarrollo de los trabajos ordinarios dela Institución, han quedado relegados a segundo término, y al amparo de la agitación creada por este asunto vital de la autonomía, han renacido en la Institución, inevitablemente,hábitos de pugna, maniobras de disensión y organizaciones de lucha que han puesto otra vez en grave riesgo no sólo la conservación inmediata del ambiente propicio al trabajo,sino la posibilidad misma de que pueda plantearse en términos racionales y con levantado espíritu la inaplazable cuestión de la reforma universitaria. La reforma del artículo 3º constitucional respeta laautonomía universitaria. Subsistirá, por tanto, esa autonomía en los términos de la Ley de octubre de 1933, conser-vándose el estatuto jurídico que es fundamental ahora portantas razones, principalmente históricas, para que la Universidad pueda ocuparse de su propia ordenación y mantener la libertad de investigación y de critica que son esenciales para su trabajo.Pero en vez de dar a la autonomía el valor de un sistema de organización establecido por el Estado mismo, conconvicción positiva, para garantizar el mejor cumplimiento del servicio público de cultura superior, o en vez, siquiera, de considerarla como una experiencia no concluída aún, para poner a prueba como se dijo hace un año, la capacidad de los universitarios, se le da el aspecto de un simple expediente para sacudirse un problema molesto manteniendo una situación jurídica no sólo llena de limitaciones económicas y de desconfianza, sino de aparente desdén y manifiesta hostilidad. Además la hostilidad y la petulante negación de parte de algunos sectores políticos han abierto de nuevo la ocasión para que actúen dentro y fuera de la Universidad, pero siempre en su contra, todas las fuerzas de destrucción quedesde hace tiempo conspiran, abierta o subrepticiamente, para impedirle vivir, y esto ocurre precisamente cuando estaba por iniciarsela parte más ardua de la experiencia de la autonomía; cuando es preciso pedir de todos los universitarios el esfuerzo máximo de comprensión y de sacrificio a fin de realizar una reforma que implica trabajo extraordinario, abandono de hábitos muy viejos, renovación de métodos educativos, modificación en la organización del personal, expresión real devocación, de desinterés, de adhesión generosa a la causa universitaria. Esto ocurre cuando ha transcurrido ya todo un año de prueba y de dedicación que se ve así defraudados in justificación alguna. Ya en numerosas ocasiones la Universidad ha declarado,como lo hizo el Consejo anterior en su informe de 31 de mayo, que la penosa situación económica en que ha vivido durante este período de prueba, además de injusta, es “deprimente y contraria a la mejor calidad de la elevada función social que es la formación y difusión de la cultura”. Sin embargo aún la necesidad de los medios materiales que ha pedido la Institución, es de segundo orden, si cuenta como hasta ahora, con la generosidad de sus miembros y a sabiendas siempre de que su mejor espíritu de trabajo no podrá dar frutos maduros al País por la carencia de los medios materiales que le son elementalmente necesarios. Pero en ningún caso es posible que pueda vivir la Universidad, creada por la Nación para beneficio de la Nación entera y que ha demostrado ya su aptitud para servir a todos los sectores de la República, cuando el Estado mismo le niegue la ciudadanía entre las Instituciones Nacionales, cuandose ponga un empeño manifiesto en desacreditar su vida y sus funciones ante aquellos que debieran mirarla conamor, cuando se impulse expresa o tácitamente a la acción destructora con un disfraz cualquiera, técnico o social, el apetito desordenado o la pasión menos generosa. El trabajo de la Universidad adolece de grandes defectos; no ha sido posible aún que la Institución misma adquiera su unidad interior y que se pierdan las huellas de las viejas escuelas profesionales que inicialmente la integraron; el cuerpo docente no está formado aún totalmente con profesores de tipo propiamente universitario, dedicados íntegramente a su misión, la coordinación entre las actividades de los Institutos, Facultades y Escuelas, desde el punto de vista cultural, no se ha logrado todavía; la misma disciplina externa, ha sufrido profundamente y no puede aún rehacersede modo completo; los laboratorios y las bibliotecas, con limitadísimos recursos, carecen de vida y en su mayor parteno ofrecen las posibilidades de trabajo que debieran presentar; los métodos de enseñanza conservan los defectos y el sistema anticuado de las viejas escuelas. Pero todos estos defectos no han nacido en el año de 1933, ni han sido descubiertos en este año. Son en gran parte consecuencia del corto tiempo transcurrido desde la fundación de la Universidad, de las innumerables e inevitables vicisitudes que enestos pocos años,la Universidad ha experimentado siguiendola suerte general del país. Algunos de los defectos apuntados son obra precisamente de la falta de una buena y comprensiva definición del papel social de la Universidad y del apoyo, más que económico, social y moral, del Poder Público. Invocar ahora, por tanto, las deficiencias del trabajo universitario como un argumento para desmedrar la vida dela Universidad, para desvalorizar la obra que le incumbe, no es sino evidente labor de demagogia que por desgracia podráencontrar todavía dentro de la misma Universidad, que se halla en plena crisis formativa, eco y sostén. Es decir, que aun cuando no se toca legalmente la autonomía, se aplicanlas poderosas fuerzas disolventes de la política, para hacer imposible la realización fructífera de esa autonomía, y lo que es peor, para hacer que el efecto de esas fuerzas de disolución aparezca falsamente como un resultado de la desintegración misma intima de la Universidad, y no como verdaderamente lo es, como una acción deliberada hecha desde fuera para destruirla haciendo imposible el esfuerzo racional, generoso y extraordinariamente difícil, que tendría que realizar la propia Universidad para superar las deficiencias y la incomprensión que en su mismo seno existen. La manifestación de esta injusta suspicacia, de esta lamentable actitud hostil para la Universidad, es ahora, tal vez, un mero resultado ocasional de causas transitorias que han de desaparecer pronto, al quedar definitivamente establecido el nuevo gobierno de la República, puesto que la Universidad no responde a una necesidad pasajera, ni es uncentro precario de trabajo, y su misión coincide con los más elevados y permanentes anhelos de mejoramiento colectivo. Pero aunque la Universidad es perenne y cualquiera que sea la negación pasajera de su labor en momentos de particular desorientación pública, volved a afirmarse siempre como una necesidad esencial para la comunidad, por las circunstancias especiales ya descritas en que se encuentra colocada la Institución precisamente en estos momentos,las fuerzas desatadas en su contra ponen en grave e inminente riesgo el dificilísimo trabajo de la necesaria reforma, si no la vida misma de la Institución por varios años. Es por ello indispensable que todos los que como alumnos, profesores, empleados funcionarios de la Universidad tienen la responsabilidad del Instituto, reiteren otra vez anteel Poder Público y ante la opinión entera, las afirmaciones fundamentales por las que han ingresado a la Institución y han aceptado la responsabilidad de su trabajo en ella: La Universidad y su obra no son un lujo sino una necesidad vital para la comunidad. La Universidad tiene un destino social inconfundible y propio, que es el de la formación y difusión de la cultura por la investigación y el ordenamiento de los hechos de la naturaleza, de la sociedaddel espíritu, por la depuración crítica del conocimiento y por la afirmación de valores superiores de conducta y no está ni puede estar ligada a intereses políticos. La Universidad de México tiene ante sí el gravísimo problema técnico y humano de enmendarlos errores y las deficiencias del pasado y de organizarse a si misma adecuadamente para cumplir con elevación y con responsabilidad su misión de cultura.Ante este grave problema el Estado y la Universidad misma han pensado que la autonomía administrativa y técnica, corolario indispensable, dados los antecedentes históricos, de la libertad de investigación y de crítica que en la Universidad han de existir siempre, es una condición necesaria para el trabajo del Instituto. La autonomía de la Universidad no es, pues. un desgarramiento entre la Institución y la comunidad de que forma parte; no significa ni puede significar jamás la negación de la Universidad por parte del Estado, ni el desinteresamiento del Estado mismo y de la opinión pública por el destino del Instituto. Las condiciones que han hecho defectuoso el trabajo universitario y que tan frecuentemente han provocado sobresaltos y desviaciones en el trabajo,no han nacido dentro del cuadro de la autonomía, sino que vienen de atrás; no son ignorados para los universitarios, ni pueden ser invocados encontra de la Universidad porque ella misma está precisamente empeñada en hacer que esas condiciones desaparezcan. El simple cuadro jurídico de la autonomía, no es bastante para permitir que la Universidad cumpla su programa de reforma y de trabajo; pero menos aún puede bastar, cuando en los precisos momentos en que la Universidad debiera contar con el más comprensivo apoyo nosólo de quienes la integran sino de todas las fuerzas y elementos de la comunidad, se autoriza. sino se impulsa abiertamente con un desdén aparente y con una hostilidad injusta, la obra de desconfianza, de prisa indebida y de demagogia que han amenazado siempre los mejores programas universitarios. de imposible realización en un ambiente que no sea el de delìberación racional y responsable de vocación verdadera y de generosa devoción por el Instituto. Octubre de 1934.

Manuel Gómez Morín-1915.

1915
Manuel Gómez Morin .
1915.Manuel Gómez Morín .
Libro electrónico de libre circulación en la web.
Hace unos cuantos años, en la desazón de un régimen político que agonizaba, un pequeño grupo inició formalmente la rebelión espiritual contra las doctrinas que entonces y desde hacía tiempo eran verdad obligatoria en México.

En el Ateneo de la Juventud, Vasconcelos, el maestro Caso, Pedro Henríquez Ureña, Acevedo, Ricardo Gómez Robelo, Alfonso Reyes y otros pocos más alzaron la bandera de una nueva actitud intelectual.

No hicieron doctrina común, no estaban unidos por otro lazo que el de una inquietud. No tuvieron tiempo, tampoco, de definir conclusiones. Quizá estaban -con excepción de Vasconcelos ­alejados de la vida mexicana. Demasiado intelectualizados y demasiado europeizados. Sólo, eso sí, son un honesto deseo de cultura, con un ferviente propósito de seriedad intelectual.

El grupo se deshizo pronto. Ya en 1915 sólo el maestro Caso estaba aquí. Pero en torno del maestro se formó pronto otro grupo, ya no organizado como el Ateneo, ni siquiera conocido, sino disperso; integrado por los discípulos directos de Caso o de Pedro Henríquez, por los que la Revolución había agitado ya y buscaban en el pensamiento un refugio, una explicación o una justificación de lo que entonces acontecía.

En el inolvidable curso de Estética, de Altos estudios, y en las conferencias sobre el Cristianismo, en la Universidad Popular, estaban González Martínez, y Saturnino Herrán y Ramón López Velarde y otros más jóvenes. Todos llevados allí por el mismo impulso.

En esos días Caso labraba su obra de maestro abriendo ventanas espirituales, imponiendo la supremacía del pensamiento y, con ese anticipo de visión propia del arte, en tono con las más hondas corrientes del momento, González Martínez recordaba el místico sentido profundo de la vida, Herrán pintaba a México, López Velarde cantaba un México que todos ignorábamos viviendo en él.

El aislamiento forzado en que estaba la república por el curso de la lucha militar favoreció la manifestación en un sentido de autonomía. Poco podíamos recibir del extranjero. Razones militares y aun monetarias nos impedían el conocimiento diario y verídico de los sucesos exteriores y la importación de los habituales artículos europeos o yanquis de consumo material o intelectual. Tuvimos que buscar en nosotros mismos un medio de satisfacer nuestras necesidades de cuerpo y alma. Empezaron a inventarse elementales sustitutos de los antiguos productos importados.

Y con optimista nos dimos cuenta de insospechadas verdades. Existía México. México como país con capacidades, con aspiración, con vida, con problemas propios. No sólo era una fortuita acumulación humana venida de fuera a explotar ciertas riquezas o a mirar o a mirar ciertas curiosidades para volverse luego. No era nada más una transitoria o permanente radicación geográfica del cuerpo estando el espíritu domiciliado en el exterior. Y los indios y los mestizos y los criollos, realidades vivas, hombres con todos los atributos humanos. El indio, no mero material de guerra y de trabajo, ni el criollo producto de desecho social de otros países, ni el mestizo fruto ocasional con filiación inconfesable, de uniones morganáticas entre extranjeros superiores y nativos sin alma.

¡Existían México y los mexicanos

La política “colonial” del porfirismo nos había hecho olvidar esta verdad elemental. Y que riqueza de emociones, de tanteos, de esperanzas, nacieron de este descubrimiento. Sobre todo, ¡qué abismos de ignorancia de nosotros mismos se abrieron luego, incitándonos -incapacitados como estábamos a investigarlos y todos llenos de misterio -a salvarlos con el salto místico de la afirmación rotunda, de la fe en una milagrosa revelación de la confianza en nuestra recién hallada vitalidad!

Y en el año de 1915, cuando más seguro parecía el fracaso revolucionario, cuando con mayor estrépito se manifestaban los más penosos y ocultos defectos mexicanos y los hombres de la Revolución vacilaban y perdían la fe, cuando la lucha parecía estar inspirada nomás por bajos apetitos personales, empezó a señalarse una nueva orientación.

El problema agrario, tan hondo y tan propio, surgió entonces con un programa mínimo definido ya, para ser el tema central de la Revolución. El problema obrero fue formalmente inscrito, también en la bandera revolucionaria. Nació el propósito de reivindicar todo lo que pudiera pertenecernos: el petróleo y la canción, la nacionalidad y las ruinas. Y en un movimiento expansivo de vitalidad, reconocimos la substantiva unidad ibero – americana extendiendo hasta Magallanes el anhelo.

La necesidad política y el ciego impulso vital obligaron a los jefes de un bando a tolerar expresamente estos postulados que tácitamente el pueblo perseguía desde antes. El oportunismo y una profunda inspiración de algunos permitieron el feliz cambio que estos nuevos propósitos vinieron a obrar en una revuelta que para sus líderes mayores era esencialmente política.


Del caos de aquel año nació la Revolución. Del caos de aquel año nació un nuevo México, una idea nueva de México y un nuevo valor de la inteligencia en la vida.

Quienes no vivieron ese año en México apenas podrán comprender algunas cosas. Vasconcelos y Alfonso Reyes sufren todavía la falta de esa experiencia.


OSCURIDAD.

Las nuevas doctrinas predicadas entonces coincidieron con postulados evidentes de la Revolución, encontrando campo propicio en el desamparo espiritual que reinaba en México, después del fracaso cabal del porfirismo en la política, en la economía y el pensamiento, y justificaron e ilustraron el libre desarrollo de tendencias profundas que animaban el espíritu revolucionario.

La afirmación del libre albedrío, la campaña anti-intelectualista, la postulación del desinterés como esencia de la vida y de la intuición como forma del conocimiento, la iniciación panteísta que “busca en todas las cosas un alma y un sentido ocultos”, la revelación artística inicial de insospechadas bellezas y capacidades criollas e indignas, las penas terribles, a la grave confusión y al hondo anhelo que traían los sucesos políticos, para formar un sentimiento en que se mezclaban sin discernimiento pero con gran fuerza mística, un incipiente socialismo sentimental, universalista y humanitario, con un nacionalismo hecho solamente de atisbos y promesas, reivindicaciones de vagas aptitudes indígenas y de inmediatas riquezas materialistas; una creencia religiosa en lo popular junto con la proclamación de la superioridad del genio y del caudillo; un culto, igualmente contradictorio, de la acción, y a la vez, del misterioso e incontrolable acontecimiento que milagrosamente debe realizar el sino profundo de los pueblos y de los hombres.


La gran guerra, además, de cuyos efectos no pudo sustraerse enteramente nuestro movimiento político, contribuyó a la desorientación trayéndonos promesas, inquietudes y valores que, en vez de darnos una norma, acrecieron el romanticismo y la aspiración mística, alejándonos más de una definición tan urgentemente necesitada.

Los más enterados percibían este malestar de confusión y esperaban que sucesivos ensayos mostraran la clave para descifrarlo. Los demás -todos, puede decirse -vivían simplemente arrastrados por el “molestron” político e intelectual, asiéndose de principios, de hombres, de frases que en cualquier forma parecían coincidir o representar el ansia indefinida del momento.

Qué interesante será para el futuro mexicano un análisis del paisaje espiritual de estos últimos años. Una investigación que catalogue y valore las encontradas doctrinas aceptadas, que encuentre y siga, entre los movimientos aparentes y las manifestaciones superficiales, la verdadera e inexpresada razón que impulsó el pensamiento y la vida en esta época.

La falta de maestros y de disciplina y el apremio de la política hicieron imposible toda labor crítica. Motivos biológicos determinaban la aceptación apresurada de fórmulas que luego, por los mismos motivos, debían abandonarse. El postulado admitido porque resolvía una situación cualquiera, resultaba contradictorio del principio adoptado para entender o explicar otras situaciones. Y no era sólo el tránsito de una tesis a otra. A menudo los intereses creados en torno de una afirmación y, a veces, de un nombre, nada más, obligaban a conservar ese nombre o esa afirmación junto con sus contrarios. Luego se cambiaban el contenido de la doctrina o la denotación del nombre y las más diversas actitudes quedaban amparadas por ellos.

Lo que era nada más retórica polémica se postulaba como verdad absoluta. La superficial formulación de un anhelo quedaba como programa definitivo. La teoría inventada para explicar un acontecimiento valía como doctrina universal.


Aparentemente no había en México, en la lucha de facciones, sino motivos políticos encubiertos por un vano nominalismo. Hasta tal punto ha sido sombría intelectualmente esa época.

La crítica ha sido tan pobre que todavía no podemos concretar lo que el nombre Revolución implica y quizá la expresión mejor de este tiempo se encuentre en aquel cruel “pachequismo” que, por serlo, hizo fortuna: “la Revolución es la Revolución”, y que muestra bien la amarga verdad de unos años de tempestad en que la vida era difícil y llena de sobresalto y la pasión o el sufrimiento privaban sobre la inteligencia.

Porque infortunadamente no solamente han existido obscuridad intelectual y desorientación política. También son parte de esos años un terrible desenfreno y una grave corrupción moral.

Primero, obra directa de la lucha en los campos, consecuencia de la contienda armada, un turbulento desbordar de apetitos. Venganzas y saqueos; homicidios robos, violencia. Pero eso fue normal e inevitable. Era la guerra con sus atributos militares. El rápido aflojar de un resorte mal ajustado por una disciplina inadecuada. La República entera fue un gran campamento y no se podían exigir límites de normalidad. El homicidio mismo formaba parte del natural espectáculo diario y la destrucción; para el “ciudadano armado” era pura prueba del viejo aborrecimiento o se hacía por mero espíritu infantil, irresponsable y gozoso de destruir.

Fue la época en que los salones servían de caballerizas, se encendían hogueras con confesionarios, se disparaba sobre los retratos de ilustres damas “científicas” y la disputa por la posesión de un piano robado quedaba resuelta con partirlo a hachazos lo más equitativamente posible. La época en que se volaban trenes y se cazaban transeúntes. En que se fusilaban imágenes invocando a la Virgen de Guadalupe. En que, con el rifle en la mano, los soldados pedían limosna.

Hasta en el crimen había cierta ingenuidad. La ignorancia de las masas les impedía ver lo que llamamos amplio horizonte del propósito; pero su generoso impulso superaba la pobreza del programa declarado. Del caudillo no podían entender más que la incitación inmediata. Ni comprendían ni les importaba la fútil jerigonza del general o del político. Pero peleaban y se entregaban sin reservas por las secretas razones de su corazón.

Después, pasado el fervor de la primera lucha, el desenfreno inculcado, irresponsable, natural de la masa, ha sucedido la verdadera corrupción moral. EL homicidio, el asesinato; al saqueo, el peculado; a la ignorancia, la mistificación. Del crimen de exceso pasamos al de defecto.

No roba ni mata ya la turba armada. Pero el mismo funcionario que decreta la muerte para el soldado ladrón de una gallina, se enriquece en el pueblo y no vacila en mandar asesinar a su enemigo.


Al caudillo surgido de la necesidad y del entusiasmo, con la virtud mínima del valor, sucede el ladino impreparado que escamotea el afán democrático y, diciéndose encarnación del pueblo, justifica sus necedades esgrimiendo en su defensa la noble y fecunda convicción en el profundo acierto del instinto popular.

El elogiado “hombrearse con la muerte”, el generoso desprecio de la propia vida, cuando es preciso luchar, se han convertido en desprecio de la vida ajena, en crimen de cantina o en asesinato político.

Este cambio se debe fundamentalmente a la noche espiritual en que vivimos. No salimos aún del estado mental de lucha que influenció a nuestra generación. La falta de definición es nuestro pecado capital.

Un día descubrimos que la Revolución tenía sobre todo fines económicos. Exaltamos la razón económica sobre las demás y, a poco, un grosero materialismo que invade hasta a los más jóvenes se funda y justifica en aquella proclamación indiscriminada. Encarecimos la necesidad de la acción y las virtudes de la violencia y luego, en nombre de esa afirmación, se hace la apología de la crueldad, de la violencia sin propósito. Dijimos que la razón no es el único ni el mejor camino del conocimiento y pronto se ha llegado a considerar “reaccionario” todo intento de lógico y de racionalización. La reivindicación nacionalista de potenciales aptitudes indígenas y populares amenaza ahora con la invasión del líder indigenista y el pastiche popular, con la negación de todo otro valor estético o intelectual.

Hasta los más honestos, aún los espiritualmente prevenidos para entender el momento y descubrir la falsificación de actitudes y programas han debido aceptar transacciones, desconcertados y con la esperanza de posterior mejoramiento o, víctimas de su propia convicción acrítica, no han vacilado en hacerse solidarios, aun en las formas más deprimentes, de lo que creen consecuencia inevitable de su fe.


Ni maestros ni críticos. Iniciadores, nada más. Predicadores sinceros o no de doctrinas incompletas. Aceptación apresurada, por otra parte, de tesis contradictorias. Consagración de verdades a medias. Propaganda de sistemas que no son sino frases. Perentoria necesidad de afirmar sin reservas, de condenar sin límites. Indefinición. Estos son nuestros males. Esta es, más exactamente, la causa de nuestros males.

INVITACIÓN.

Por fortuna, la vida suple en ocasiones a los maestros y es ella misma una disciplina, aunque más ruda y a veces más lenta que la inteligencia.

El fruto de estos años no ha sido solamente el escepticismo y la corrupción. De los ensayos frustrados, del romanticismo inicial, de la vaga afirmación mística, va surgiendo una creciente claridad.

En el penoso proceso de nuestra historia, los acontecimientos pasados parecen ordenarse siguiendo un sentido. La conquista y el régimen colonial, la independencia y la reforma, hasta las revueltas incesantes, hasta Santa Anna, son explicables. Podemos descollar en ellos una teleología.

Los hechos actuales están también llenos de intención. Desde 1915, a pesar de la tiranía, a pesar de los asesinatos, a pesar de las concupiscencias y de la desesperante estupidez de los líderes, a pesar de la aridez mental y moral, cada vez parece más segura y más inminente la revelación de un sino, de un peculiar modo de ser, de una íntima razón de impulso a la historia de México.

Y va tomando contornos precisos una convicción intelectual que depurará las anteriores verdades provisionales.

En varias ocasiones ha parecido llegado el momento de la revelación. Así fue, por ejemplo, en 1920, cuando se inició con prestigio apostólico la obra de Vasconcelos.

La turbulencia política ha sido una causa que detiene esa revelación. Pero, en realidad, para retardar el advenimiento que esperamos, hay algo más fuerte que los acontecimientos políticos.

Es la desvinculación en que viven los que desean ese advenimiento. Dispersos En LA República, ignorándose unos a otros, combatiéndose muchas veces por pequeña pasión o por diferencias verbales, hay millares de gentes -la Generación de 1915 -que tienen un mismo propósito puro, que podrían definir el inexpresado afán popular que mueve nuestra historia.

Porque realmente existe una nueva generación en México.

Es difícil definir lo que sea una generación. Algunos pretenden que lo es todo grupo de hombres contemporáneos. Otros piensan que no el tiempo, sino el estilo, forma las generaciones. Otros creen que un acervo común de ideas, una forma peculiar de reacción, una obra colectiva, determinan la existencia de una generación.

Pero hombres separados por muchos años, pueden formar generación. Y la diversidad de estilos, las diferencias ideológicas, la falta de empresa común, son frecuentes entre los hombres de una generación.

La unidad de época, de manera o de acción, son a menudo sus aspectos externos; pero la esencia de las generaciones debe buscarse en otra parte, en una íntima vinculación establecida entre varios hombres por la existencia en todos ellos, de un mismo impulso inefable, de una inquietud peculiar, de ciertas maneras profundas de entender y valorizar la vida y de plantear sus problemas. Es una especie de unidad biológica superior, trascendental; una “consanguinidad” espiritual que se manifiesta lo mismo en las semejanzas que en las diferencias.

Una generación es una unidad totémica en la fórmula Spengleriana. A través de ella puede observarse el sentido de la raza; su actitud es símbolo de un interno impulso peculiar a una unidad étnica. Y cuando se da como fundamento de una generación la “contemporaneidad”, se expresa mal e incompletamente un hecho: Quienes forman una generación, como los miembros de una familia, llevan un aire común, indefinible en ocasiones, porque es como un arquetipo que en cada una fuera realizándose parcial, defectuosamente.

Los que forman generación, resultan individualmente ensayos de adaptación al arquetipo, resultados -frustáneos por parciales -del trágico esfuerzo que el arquetipo desarrolla por realizarse plenamente en individuo.

Cada generación viene a ser, también, un nuevo esfuerzo, en la interminable labor dolorosa de un sino, de una “cultura”, del espíritu de una raza, para cumplirse, para realizarse.

Fracasados una y otra vez, el arquetipo, el sino, renuevan el empeño de realización y siguen su lucha con el tiempo enemigo de realizaciones, porque realizarse es cumplir, terminar, morir, dejar de ser, negar el tiempo en suma, que es emprender, prometer, iniciar, vivir, llegar a ser.

Una generación resulta, en consecuencia, un momento en esta lucha entre el realizar y el vivir, entre lo creado y el espíritu creador, entre lo que quiere ser y permancecer y lo que varía en variar tiene su esencia, en el espacio -la obra -y el tiempo -el obrar -.

Una generación es un grupo de hombres que están unidos por una íntima vinculación quizá imperceptible para ellos: la exigencia interior de hacer algo, y el impulso irreprimible a cumplir una misión que a menudo se desconoce, y la angustia de expresar lo que vagamente siente la intuición, y el imperativo de concretar una afirmación que la inteligencia no llega a formular; pero que todo el ser admite y que tiene un valor categórico en esa región donde lo biológico y lo espiritual se confunden.

NO importa, pues para reconocer una generación, para afirmarnos como una generación, que falten la unidad de época o de estilo o de ideología y empresas comunes. Ni importa para este solo fin, que los hombres de la generación se odien o se amen, que trabajen juntos o que se destruyan. Importa que tengan la misma incontenible inquietud, la misma necesaria agresividad para conservar o para rehacer. Esto les da a veces parecido de gemelos, unidad de estilo, comunidad ideológica. Pero otras veces los vuelve tan diversos que sólo después de mucho tiempo o con una admirable percepción se advierte en ellos la existencia del “aire de familia”, de ciertos rasgos fisonómicos peculiares.

Cada generación tiene, por ello, un valor de símbolo y su contemplación puede darnos un nuevo dato para hallar el sentido del afán humano, de un afán humano.

Y cuando la generación se reconoce, cuando advierte en tiempo la unidad que es su esencia, es preciso volver activos sus propósitos, consciente su simbolismo, deliberada y encauzada su actuación.

Los que eran estudiantes en 1915 y los que, entre el mundo militar y político de la Revolución, lo sufrían todo por tener la ocasión de deslizar un ideal para el movimiento, y los que, apartados, han seguido los acontecimientos tratando de entenderlos, y los más jóvenes que nacieron ya en la Revolución, y todos los que con la dura experiencia de estos años han llegado a creer o siguen creyendo que tanto dolor no será inútil, todos forman una nueva generación mexicana, la Generación de 1915.

Todos deberían caminar juntos, pero viven separados por la suspicacia y por su propia indefinición. Olvidan la empresa común y se empeñan en destruirse afiliándose a banderías de momento, absteniéndose de obrar, dejándose llevar por la fácil molicie de la complacencia o abrumados por el “paraquéismo”, esa espantosa impresión de inutilidad del esfuerzo que a todos nos domina en ocasiones.

¡Cuantas veces en esos años, hombres de sana intención y de convicción ferviente, se han perdido para la acción futura arrastrados por la perversión del medio o agobiados por la esterilidad de su esfuerzo aislado! ¡Cuántos , de buena fe, se gastan y gastan a los demás, revolviéndose y pr4edicando la rebelión contra una tiranía corrompida, sin advertir que necesariamente caerán en otra corrupción y hallarán otro tirano, porque el mal que exige remedio está más allá de la acción política inmediata!

Es tiempo de alzar una bandera espiritual; de dar el santo y seña que permita el mutuo reconocimiento.

Hace falta una definición de tendencia y de actitud: la afirmación de un valor siquiera en torno del cual se reúnan los esfuerzos dispersos y contradictorios.

No podemos intentar todavía una doctrina y menos una organización.

Pero, si el alba de 1915 ha de llegar a ser pleno día, es menester encontrar un campo común, una verdad, un criterio aunque sea provisional para encauzar y juzgar la acción futura.

Necesitamos después organizar una ideología que integre y precise los vagos deseos y la indefinida agitación que a todos nos tiene conmovidos hasta el malestar físico. Una ideología de la vida mexicana, de los problemas que agitan a México. Una ideología sin mistificaciones de oratoria, adecuada a propósitos humanos, que resuelva en la acción y no en la literatura, las graves contradicciones que estamos viviendo.

No pueden servirnos con este objeto las grandes palabras -Justicia, Libertad, Mejoramiento -que suenan a hueco y cada quien llena con significado especial.

Tampoco pueden servirnos los nombres conocidos -socialismo, colectivismo, individualismo, comunismo -que usamos para designar conjuntos teóricos de contenido cambiante e impreciso.

Un nombre no puede conformarnos. Imposible e inútil lograr inmediata conformidad con una doctrina: Sería, además, perjudicial el intento de hacerlo, porque la falta de un criterio objetico convertiría la doctrina elegida en un nuevo tópico de confusión.

Encontrar, por tanto, un criterio de verdad, un método y una actitud fundamental, es tarea del momento.

No es pequeña tarea; más podremos quizá agotarla provisionalmente, en términos que en vez de extinguir la discusión y la búsqueda, las hagan posibles y fructíferas.

Aún para llegar a la crítica que nos es indispensable, necesitamos, desde luego, ser dogmáticos y objetivos como todo constructor. Volverá después el análisis a depurar la obra; pero es necesario iniciar la obra y adoptar, para ello, una afirmación.

Por eso, debemos hablar de nuestra generación, ahondar en sus raigambres, proyectarnos a su porvenir, buscar en ella el símbolo de lo que podrá esperarse después en nuestro México; obscuridad dolorosa de mestizaje, trágica supervivencia de grupos derrotados en una cientifica selección racial, mediocridad de criollos tropicales vivaces, superficiales y espiritualmente invertebrados, o “raza cósmica”, cultura nueva, sentido total de la vida que armonice y supere las contradicciones que atormentan al mundo moderno.

Y debemos emprender esta tarea sin olvidar la provisionalidad de nuestra primera afirmación, que nos obliga a especial cautela crítica; la carencia de datos ya establecidos firmemente para juzgar de posteriores afirmaciones, que nos fuerza a ser plenamente objetivos al adoptar un criterio fundamental de verdad, una guía de la acción y del pensamiento.

EL DOLOR.

¿Podríamos, así hallar un elemento primordial y objetivo para el juicio, un propósito provisional para orientar la acción?

Entre las doctrinas opuestas, a su pesar y causado por ellas a menudo, hay un hecho indudable: el dolor humano.

El dolor de los hombres es la única cosa objetiva, clara, evidente, constante.

Y no el dolor que viene de Dios, no el dolor que viene de una fuente inevitable, sino el dolor que unos hombres causamos a otros hombres, el dolor que originan nuestra voluntad o nuestra ineficacia para hacer una nueva y mejor organización de las cosas humanas. Todo lo demás es discutible e incierto.

Y por esta primera razón podemos adoptar el dolor como campo común de trabajo y discusión.

Claro que no es el fin del hombre suprimir el dolor.

Hace tiempo que salimos del limbo del utilitarismo. El paraíso terrenal sin pena ni gloria fue bueno para el despertar espiritual de la especie; no para satisfacer un afán adulto y redimido.

Pero mientras los hombres consuman lo mejor de su vida y de su energía en librarse de los más bajos dolores -de la miseria, de la opresión -, será imposible que logren alcanzar propósitos superiores e ideales más altos.

Por eso, antes que nada, es preciso luchar contra estos dolores y como ellos son indudables, como su existencia es objetiva, como son la única cosa de esencia humana que sea, a la vez, en cierto modo “cuantitativa”, sólo ellos pueden darnos un criterio seguro de verdad en las relaciones entre los hombres y un elemento fundamental de juicio para resolver los problemas sociales.

Como base de la nueva ideología podremos, pues, hacer una teoría del dolor. Partiremos así de un hecho; limitaremos en principio el campo de discusión; tendremos un propósito claro aunque provisional para la acción y determinaremos un criterio común para juzgar de las promesas, de las instituciones y de los conceptos.

En nuestra vida personal podremos estar separados por las más profundas diferencias. Dios seguirá hablando a cada quien en su propio lenguaje. Las inquietudes personales y el dolor propio y el afán íntimo seguirán siendo intocables. Cada uno vivirá personalmente en la más conforme resignación o movido por una inquieta rebeldía.

Pero en cuanto se trate de la vida común, en cuanto se entre en relación con otros hombres, la acción no podrá ser exclusivamente personal, porque cuando se forma parte del grupo, la calidad espiritual de hombre se pierde un poco y en cierto modo se convierte en mecánica; porque ninguna acción social deja de tener trascendencia; porque el hombre en sociedad depende y disciplina, da y recibe, crea y destruye, puede causar dolor o remediar males y no tiene ya el derecho de ser inviolable, de cometer absurdos ni de olvidar que sus actos o sus omisiones engendran sufrimientos a otros hombres.

Socialmente, por lo menos, nuestro deber es obrar, remediar males, mejorar la condición de los hombres. Proclamar este primer postulado, es darnos una señal de inteligencia que nos permitirá estar cerca unos de otros, cualesquiera que sean las distancias que en otros puntos nos alejan.

LA TECNICA.

Pero no olvidemos que éste es nada más un criterio provisional y que el deber es saber en qué estriban los males que reclaman acción, y concretar en programas realizables el indeterminado anhelo común de mejoramiento.

No gastarnos en academicismo; pero tampoco es ilustrar como comparsa acciones políticas siempre pequeñas, sino revisar urgentemente los conceptos y las instituciones y hacer de nuestra acción una acción ennoblecida, porque sirva a propósitos humanos claros y definidos y no camine, como el carro del cuento, sin rumbo conocido, machacando víctimas ante la inercia de una pobre sensiblería o ahogando su clamor con el estruendo de rumbos retóricos.

Y para esto, fijemos el método elegido aunque sea también provisionalmente.

No positivismo ni pragmatismo siquiera. Es posible otro camino: el de la técnica.

Técnica, que no quiere decir ciencia. Que la supone; pero a la vez supera realizándola subordinada a un criterio moral, a un ideal humano.

Técnica que no es tampoco positivismo; que conoce y postula otros valores para el conocimiento y para la vida y sabe la honda unidad que existe entre todas las manifestaciones del espíritu: música y filosofía, ciencia y pintura, arquitectura y derecho.

Conocimiento de la realidad. Conocimiento cuantitativo, ya que el error del liberalismo -no esquivado por el movimiento social contemporáneo -estriba en involucrar un problema de calidad en lo que es sólo problema de cantidad; en pretender resolver problemas de organización, de igualamiento, que son cosa de peso y medida, con elementos y nociones puramente cualitativas; en espaciar problemas de duración, según el lenguaje bergsoniano, tan querido para nuestro 1915.

Dominio, por último, de los medios de acción. Pericia en el procedimiento que haya de seguirse para transformar los hechos según el tipo que proporcione el propósito perseguido.

No es escueto conocimiento de la realidad que para en el quietismo de leyes inmutables. Iniciamos nuestra vida intelectual bajo el signo del hombre, afirmando la libertad y la posible adaptación de la ciencia a fines humanos.

Tampoco la vana palabrería de propósitos quiméricos, sino determinación concreta de un fin con realización posible según nuestra verdadera capacidad y sin que ello signifique renuncia o transacción deprimentes, sacrificio de más altos anhelos, antes indicando que se trata de una lenta ascensión por un camino inconfundiblemente trazado de antemano.

Investigar disciplinadamente en nuestra vida, ahondando cada fenómeno hasta encontrar su exacta naturaleza tras los externos aspectos artificiales. Disciplinadamente, también, inventariar nuestros recursos y posibilidades. Buscar con amor el oculto afán que quiere realizarse y fijarlo luego en términos de accesibilidad. Andar los caminos propios y ajenos del procedimiento hasta poder conocer, elegir y seguir el mejor en cada caso sin extravío y sin el peligro mayor de confundir la vía con el destino, el procedimiento con la obra. No despreciar la labor pequeña, ni arredrarse del fín remoto. Graduar la acción de acuerdo con la posibilidad aunque el pensamiento y el deseo vayan más lejos. Que el fervor de la aspiración anime la búsqueda y la disciplina de la investigación reduzca el anhelo, porque es peor en bien mal realizado que el mal mismo. Lo primero, destruye la posibilidad del bien y mata la esperanza. El mal, por lo menos, renueva la rebeldía y la acción.

Íntima unión de realidad, propósito y procedimiento, de manera que en un solo acto espiritual el propósito elegido ilustre el conocimiento de la realidad, el conocimiento determine la elección del propósito y conocimiento e ideal entreguen los medios que deben utilizarse, determinen e impongan la acción, esto es lo que podemos entender usando la palabra “técnica”

Es el único método que podrá alzarnos de esta deprimente y fangosa condición en que el cientificismo de antes, el inevitable romanticismo y el misticismo vago de los días de lucha y los groseros desbordamientos de un triunfo sin realizaciones, nos tienen todavía postrados.

ARGUMENTOS.

“alas y plomo…”

Pero no ya la recomendación cobarde del tiempo en que sólo las alas sin plomo podían. -Ahora,

“alas y plomo” hacen posible el vuelo -. Y el consejo, a la vez, es ejemplo que muestra el valor de

la técnica.

Sin embargo, para algunos la actitud propuesta peca seguramente de ambición. Para otros, en cambio, es limitada y cobarde.

Extremada, en efecto, implica más que un método un fin: reunión del genio y del héroe. Limitada, significa abandono de más elevados propósitos en bien de alivios y bienes mediocres.

Sólo el segundo argumento, de ser cierto, sería válido. Mas predicar los límites de la realización posible, es el único medio de hacer posible la acción y fructífero el esfuerzo. Y acometer la empresa a sabiendas de su provisional limitación, está lejos de ser cobardía.

Toda realización, así sea la más generosa, es limitada. Lo que debe carecer de límites, es el afán de conocer y de crear.

El valor no estriba en lanzarse a la empresa quimérica, sino en el caudal de energía y de vigor espiritual necesario para mantener siempre vivo el impulso de realización.

El valor no es cerrar los ojos ante el fracaso, sino evitarlo o sacar de él nuevo aliciente para la acción; no conformarse tampoco en el éxito, sino adelantarlo luego.

El valor, el gran valor, consiste en conocer de antemano la inagotabilidad de la acción y en seguir obrando con fe en la eficacia del bien alcanzado cada día.

LA TAREA.

He aquí, pues, una tarea ára la generación de 1915. Imperativo de nuestra época, resultado de nuestra experiencia, fruto de aquel año en que surgió un nuevo México

Podría decirse “generación de 1927” o “de 1930”, como se dice “Generación de 1915”. Hasta sería más exacto para algunos. Pero 1930 podrá ser el tiempo de la mayor edad o simplemente un año cualquiera de esfuerzos y vicisitudes, mientras 1915 fue ya el año de la iniciación.

Muchas cosas han cambiado desde entonces en nosotros y fuera de nosotros; más el cambio operado en ese año ha hecho posibles los cambios posteriores.

Ahora es preciso volver consciente la fuerza que nos ha movido como a pesar nuestro.

Los primeros ensayos serán seguramente pobres en comprensión y en resultados. Y esa pobreza resultará acicate para renovar el esfuerzo.

Los primeros éxitos serán mediocres. Serán apenas el comenzar del amargo trabajo.

Participamos de los problemas y de la zozobra occidentales, como participamos -biológica y espiritualmente -de su civilización.

Pero aun lo más genuinamente occidental toma aquí un carácter peculiar y hay, además, inquietudes y valores que nada tienen de común con Occidente. A veces, la civilización europea nos resulta inadecuada y las ideas hechas que importamos no ajustan siempre a nuestra concisión. Conscientemente las hacemos nuestras; pero en el torrente de la subconsciencia y de la acción, imperan otros valores. Lo medular en nosotros no coincide con lo general.

Y no nos conforma ya aquella explicación simplista que sólo ve en México dos grupos: la minoría espiritualmente dirigente, de origen o de cultura europeos, y la mayoría “actuante”, indígena o simplemente bárbara. Proclamamos nuestra substantividad.

Hasta ahora sólo ha sido una afirmación apasionada, elocuente y demagógica. Se apoya en presentimientos. No es creadora aún y apenas si pasa de provincialismo soberbio y de curioso folclorismo. Se precia de cacharros porque no puede presentar instituciones.

Nuestro mexicanismo es todavía más un nacionalismo de alfarería que de cultura. Y cuando quiere ser serio, está preñado de temibles amenazas de regresión.

Precisa, pues, desentrañar lo que tenga de verdad esencial esta aspiración a “ser nosotros mismos”, descubrir y valuar su contenido y convertirlo luego en motivo creador. SI hay realmente un sentido estético, una tabla moral y un anhelo interior que determinen una producción artística, una forma de vida, una organización social y un espíritu religioso mexicanos, no empeñarnos en aplicarnos sin éxito explicaciones y sistemas extraños a nuestra naturaleza.

Para lograr este esclarecimiento como para realizar cualquier intento de mejora, necesitamos, ante todo, método y crítica.

Crítica de nosotros mismos que nos ponga incesantemente en guardia contra las asechanzas de este medio tan propicio a la improvisación o contra los excesos de nuestro entusiasmo; que nos permita discriminar lo verdaderamente propio y genuino, de lo que solo sea copia o adaptación discutible; que, dándonos la medida de nuestra capacidad, nos deslinde de los campos de la actuación propia y de la universal, de lo que podremos crear y de lo que habremos de adoptar.

Encarecer la necesidad de método sería inútil después de recomendar crítica severa, si no fuese porque la crítica a menudo esteriliza y agobia. Además, donde toda idea de orden libre se ha perdido, donde sólo hay arbitrariedad y capricho, proclamar la superioridad del método, es cosa fundamental.

Crítica y método; lo que no quiere decir matar la vigorosa espontaneidad característica de este momento ni significa olvidar que “el hombre es la medida de todas las cosas”.

Atentos a la vida y al pensamiento; pero que no se torne la actitud en complacencia de espectador ni en dilettantismo vacío.

Pensar y obrar. No lejos de la pasión, dentro de la vida. Evitando igualmente la fácil falsedad de la esquematización y la vana disculpa de un romanticismo inerte.

Vigilar la acción, que no se aparta de la inteligencia. Con el mismo empeño, evitar la indeterminación del propósito que debe alcanzarse y el conformismo del éxito inmediato.

Parcos en el programa de acción y generosos en el impulso. Sincero, en todo caso...

Rechazar como falsa la doctrina que agrave los males de los hombres, como equivocada la acción que los cause o los mantenga. Más también, huir de la débil filantropía, de la cobardía disfrazada de piedad y cuidar de que no pare en sensiblería de la comprensión del dolor.

Hasta violencia, si el propósito lo exige. El camino del bien no es fácil y la lucha es esencia de la vida sin ser necesariamente contraria al bien. La violencia, además, como el dolor, redime y salva si no es torpe ni pequeña. En México, sin embargo, hemos de huir de la violencia que ha amparado siempre bajas pasiones porque no tenemos “piedad de nuestra propia sangre” y porque nada pesa más gravemente sobre nosotros que la cruel tradición de Huitzilopóchtli.

Rigor en la técnica y bondad en la vida. Este es el nuevo programa.

EPÍLOGO.

Por supuesto que no trato de describir con los dicho caracteres de nuestra generación ni de plantear siquiera una orientación para ella.

El dolor puede ser un inseguro criterio para valorar la acción. La técnica resultará un débil sistema de trabajo, ya que hasta el nombre induce a confundirlo con el mero procedimiento, con la receta para obrar. El hecho mismo de proclamar que somos una generación puede ser falso.

No importa. Hago nada más una invitación a la comprensión y al trabajo. Las recomendaciones son vagas y estrechas y habrá que cambiarlas técnicamente sin pararse siquiera a discutirlas, porque su espíritu es éste: trabajar y comprender, seguros de la unanimidad profunda más allá de los errores de expresión.

He tratado solamente de señalar un hecho y de indicar una posibilidad: la posibilidad de encontrar de encontrar un medio para reunir las buenas voluntades dispersas, los entusiasmos contradictorios, y para definir la insoportable angustia que ahora nos agota: el hecho de que hay una multitud de gentes que podrían trabajar juntas en vez de negarse y combatirse; de que hay una orientación, una razón de ser común en los acontecimientos que en confusión terrible y sin aparente sentido ocurren en México.

Quiero decir, además, que una grave responsabilidad pesa sobre nosotros porque somos una “generación-eje”.

La historia se mueve por años sin cambio aparente. Las generaciones se suceden sin convulsión heredándose el mismo patrimonio de convicciones y de bienes. Pero en un momento, la historia se tuerce, el patrimonio espiritual y económico heredado resulta insuficiente y hay que decidirse a tomar un nuevo rumbo y a crear un acervo nuevo de ideas y de riqueza. La generación de ese momento es, así, el eje del cambio. De ella depende que, tras la temible sacudida que el movimiento produce, sólo queden ruinas y rencor o se creen una organización y un patrimonio nuevos y mejores.

Esta es una situación, esta es nuestra responsabilidad. No pensemos que somos mejores que otros ni consintamos en parecer peores. Sólo podemos estar destinados a ser diferentes. No hacernos ilusiones paradisíacas ni permitir que se prediquen seguros desastres.

Quizá esta generación, como todas, será apenas instrumento de fines superiores a los hombres. Aún así, nuestra época exige que seamos conscientemente y nos abre una puerta de esperanza al afirmar que es siempre posible la libertad, la libertad siquiera de ser un buen instrumento o un instrumento malo de la fatalidad que hoy se llama evolución.

El deber mínimo es el de encontrar, por graves que sean las diferencias que nos separen, un campo común de acción y de pensamiento, y el de llegar a él con honestidad -que es siempre virtud esencial y ahora la más necesaria en México -.

Y la recompensa menor que podemos esperar será el hondo placer de darnos la mano sin reservas.

México, febrero de 1926. Manuel Gómez Morin.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Diario de un mexicano en Japón

16 de marzo

Mi nombre es Julio César, trabajo en una importadora de productos mexicanos. Tengo 11 años de residir en este país, donde comparto mi vida con mi familia, con mi esposa y con mi hijo. Todo estaba bien, hasta que nos golpeó la tragedia.

Ya pasaron unos días del terremoto y el tsunami, y el temor sigue ahí, vivo, aunque la gente lucha por tratar de llevar las cosas con normalidad.

Hoy algunas gasolineras estuvieron cerradas. En las pocas estaciones que se puden encontrar abiertas las filas de autos eran de un kilómetro para poder comprar 20 litros de gasolina, la cantidad máxima que están surtiendo. Tuve suerte de conseguir gasolina.

De regreso a mi casa en la avenida principal el alumbrado público estaba apagado. Hoy se cortó la luz de 2:00 a 7:00 de la noche. Habían avisado que habría dos cortes al día pero apenas hoy fue el primero.

Mi esposa me ha comentado que la leche ha escaseado. No había agua en el supermercado.

La gente anda normal en la calle. Se ven menos personas y menos coches pero todos tratan de hacer su vida normal, hasta donde se puede. No hay pánico. La gente confía en que la crisis nuclear no se ha salido de control.

19 de marzo

En Tokio el fin de semana no devolvió la normalidad a la ciudad. A pesar de que he visto un poco más de gente en las calles, la vida en la capital japonesa no es ni la mitad de lo que normalmente se ve.

Sin embargo, algo comienza a cambiar. Hoy noté a los japoneses con quienes me reuní más optimistas sobre la crisis nuclear; al menos más de lo que pude notar a mis amigos extranjeros.

La gente aquí confía en su gobierno y está segura de que ha hecho todo lo posible para enfriar los reactores nucleares y quizá por eso yo no los veo tan temerosos.

Pero yo sí temo. A pesar de que mi esposa Atsuko y mis amigos me dicen que confían en que la crisis pase, sigo preocupado por lo que pueda ocurrir, principalmente por mi hijo de seis años.

No conocemos la situación a la que nos enfrentamos. La radiación es algo que no comprendemos y no puedo saber si en 10 o 15 años él pueda desarrollar problemas por la exposición a la radiación.

Hasta ahora trato de explicarle a mi hijo la situación en que vivimos y lo que podría venir en los próximos días. En la escuela le han explicado muy bien todo lo que pasa con el sismo y el tsunami, y él me pregunta sobre eso, pero no sobre la radiación. Es algo que ni siquiera uno mismo entiende.

A pesar de eso, sigo seguro de mi decisión de no salir de Tokio ni dejar Japón.

He platicado con mi esposa cuál sería el punto de quiebre, la situación extrema que nos obligaría a regresar a México y creemos que, si el gobierno japonés empieza a repartir pastillas de yodo en Tokio para combatir la contaminación nuclear, sería la señal inequívoca para salir del país.

Debo decir que también hay algo que me hace pensar más la decisión de regresar a México. ¿Será más peligroso quedarse en Tokio con la emergencia nuclear que regresar a mi país y enfrentar la inseguridad? Pensarlo es algo tragicómico.

18 de marzo

Hemos tenido fallas en la comunicación telefónica hacia el extranjero. En Tokio seguimos pendientes de la cobertura que los medios extranjeros dan sobre la crisis en Japón y no podemos dejar de notar un tomo alarmista.

La situación sí es difícil, pero quizá la percepción es exagerada. Mi familia en México está muy temerosa y quizá también quienes tengan familia o amigos aquí. Quiero que sepan que a pesar del riesgo, las plantas nucleares están muy lejos de Tokio y que los intentos por disminuir la emergencia nuclear avanzan.


jfra
http://www.eluniversal.com.mx/notas/752155.html

martes, 1 de marzo de 2011

Félix de Azúa-Muerte y Transfiguración.

El nuevo edificio de la Filarmónica de Hamburgo, obra de los suizos Herzog & de Meuron, que abrirá sus puertas dentro de un año, está concebido para ser fotografiado desde el agua. En las simulaciones puede verse la cresta de vidrio y sus puntas en forma de ola rompiente recortadas contra el cielo a 37 metros de altura, pero también reflejadas como fantasma luminoso en el negro espejo del puerto. O, para mayor exactitud, en uno de los remansos acuáticos de HafenCity, que es como se llama la ampliación de la ciudad hanseática. La denominación de PuertoCiudad, aunque poco imaginativa, es exacta, ya que está creciendo sobre la antigua Speicherstadt, la zona de almacenamiento formada por gigantescas bodegas de ladrillo. Se ha reservado de la demolición una línea de bodegas a lo largo de un canal, memoria del viejo puerto hamburgués. Son como una teoría de bellas esfinges rojas en un bosque de acero y cristal.

El grandioso proyecto, a orillas del estuario que forma la confluencia de los ríos Aster y Elba en su desembocadura marítima, ocupa 157 hectáreas, en las cuales se levantan o levantarán, según su grado de acabamiento, 78 proyectos, todos ellos colosales. La sede de la Filarmónica, el llamado Elbphilharmonie Concert Hall, es quizá el más brillante y fotogénico, pero allí están también la central de Unilever, el grupo Spiegel, el Centro de Ciencias Marítimas (quizá la ocasión de que Koolhaas escape al tedio), la compañía Lloyd/Alemania (cuenta con 16.000 empleados) o el Museo Marítimo, además de casi 6.000 viviendas.

Con mis compañeros de viaje, Carlos, Patricia, Alfonso, Josep, todos ellos arquitectos, recorremos aquella explosión constructiva entre admirados y sobrecogidos. ¿Cómo se financia una ciudad semejante? ¿De dónde sale tal ingente cantidad de cientos de miles de millones de euros? Algunos aspectos son admirables, como el hecho de que toda la ciudad se alce ocho metros sobre el nivel del mar para evitar las crecidas del Elba, las cuales alcanzan los tres metros en circunstancias normales, pero el doble con galerna. Sin embargo, no se puede evitar la sensación de estar ante un efecto del petrodólar, una Lagos del norte, un Dubai nevado. Lo cual, evidentemente, es engañoso.

El puerto de Hamburgo es el segundo de Europa, detrás de Rotterdam, pero supera a este último en número de contenedores. Todos los que hemos visto la serie The Wire sabemos que en los contenedores viajan las mercancías más insospechadas, desde carne humana hasta residuos radiactivos. Es humanamente imposible controlar toda la carga cuando suma tantos millones de unidades. La extensión gigantesca de algunos edificios de HafenCity son simplemente espacios para la acumulación de mercancías, y allí aguardarán el momento estratégico de su distribución. En un proyecto de este tipo están interesados absolutamente todos los hombres de negocios que transportan algo, lo que sea, legal o ilegal, de un continente a otro. Aquí llegan mercancías oceánicas, asiáticas, africanas, americanas o europeas, y aquí comienza su distribución. Un jovial perito del puerto, gordo, cervecero y fanático del Barça, al saber que mis arquitectos eran catalanes, afirmaba con sonoras carcajadas: "¡Jamás tendrrréis un corrredor mediterrráneo, echadle la culpa a Matrrrit, perrro quienes lo impiden están aquí... o en Brrruselas!". ¿Una competencia portuaria mediterránea a estos dos titanes, Hamburgo y Rotterdam? ¿Un atajo para las mercancías asiáticas que evite el Atlántico? ¡Ni en sueños!

La ciudad hanseática tiene menos de dos millones de habitantes, y la región metropolitana, algo más de cuatro. Es aproximadamente la escala de Barcelona y su área. Quizá por esta razón hay una nutrida colección de profesionales barceloneses trabajando en el proyecto hamburgués. Para un técnico vocacional ha de ser una oportunidad fabulosa esta de crear una ciudad enteramente nueva con todos los elementos tecnológicos puestos al día. Y con ese presupuesto. Un presupuesto para el que no existe crisis porque estamos hablando del dinero verdadero, no del coyuntural. Estamos hablando de los amos del mundo.

Camino por los terrenos de un futuro parque, aunque creo que no es el que va a construir Beth Galí: me he perdido parte de la explicación, nuestra guía habla a una velocidad vertiginosa y solo confunde constantemente, pero eso es inevitable, los géneros. Me parece encantadora cuando dice "la sindicata". El parque está al borde del agua y será sin duda un lugar de cafeterías, terrazas, bicicletas y paseos familiares. El clima es riguroso, pero los hamburgueses, gente extraña en Alemania, gente que perteneció a Dinamarca durante más de dos siglos (de 1640 a 1864, el barrio de Áltona, por ejemplo, que es por donde paseo), son también rigurosos. En los terrenos de este parque se alzaba, antes de la II Guerra Mundial, la estación de ferrocarril. De aquí salieron los trenes cargados de judíos hacia los campos de exterminio. Hay una leve referencia a la masacre, un sobrio homenaje a las víctimas, no podía faltar, pero los habitantes de Hamburgo pagaron cara la arrogancia y la barbarie germanas.

El 28 de julio de 1943 un ataque combinado de la fuerza aérea británica y la Armada norteamericana arrojó 10 toneladas de bombas incendiarias sobre el puerto y las zonas residenciales de la ciudad. El relato puede leerse en uno de los mejores trabajos de W.G. Sebald, Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama), de donde lo transcribo. Dice Sebald: "Un cuarto de hora después de la caída de las primeras bombas, todo el espacio aéreo, hasta donde alcanzaba la vista, era un solo mar de llamas". Las bombas explosivas de 4.000 libras estaban construidas de modo que arrancaran de cuajo puertas y ventanas, tras lo cual llegaban las bombas incendiarias ligeras que prendían en cubiertas y tejados. Por fin, las bombas incendiarias pesadas penetraban por todas las brechas y corrían como ríos de lava hasta inundarlo todo. Al quemar el oxígeno aceleradamente las llamas provocaron un huracán con vientos de 150 kilómetros por hora, mientras la columna de humo se alzaba hasta 8.000 metros de altura. Cuando los relojes marcaron la llegada del día, seguía siendo de noche. Así permanecería durante semanas bajo una capa plomiza de cenizas en suspensión, pero nadie lo vio.

Se calcula que un millón y cuarto de la población salió huyendo, lo que viene a ser su totalidad descontados los 200.000 muertos. Comenta Sebald, con razón, que nunca sabremos la cifra exacta porque hay innumerables testimonios de masas humanas mudas y enajenadas, cubiertas de harapos y quemaduras, vagando por los campos y pueblos hasta tan lejos como Berlín. Si alguien trataba de ayudarles y se les acercaba, escapaban aterrados o se quedaban paralizados en una atonía similar a la que años más tarde se podría ver en Hiroshima. Nadie sabe qué fue de toda aquella gente. Tan tarde como en otoño de 1946, el escritor sueco Stig Dagerman escribía que viajando en tren por la zona de Hamburgo observó durante más de 20 minutos un paisaje lunar sin un solo ser humano visible. Nadie, dice Dagerman, miraba por las ventanillas, y supieron que era extranjero porque yo sí miraba.

Sobre ese cementerio ahora se levanta la nueva HafenCity, opulenta, poderosa, rampante. El bombardeo de arrasamiento de 1943 se llamaba Operación Gomorra por la fama de que gozaba el barrio rojo de Hamburgo, uno de los prostibularios más notorios del mundo. Ahora ya no queda nada de aquel pasado. Cuando a veces se me ocurre elogiar a los alemanes por su energía para vencer el remordimiento, la culpabilidad y el resentimiento, siempre hay alguien que comenta despectivo lo aburrida y sosa que le parece aquella gente comparada con nuestra jovial, despreocupada y simpática campechanía. Lástima que tantas virtudes mediterráneas no sean reconocidas más que por gente campechana, despreocupada y, eso sí, muy simpática. Sin embargo, en ocasiones se puede preferir la grandeza.

Félix de Azúa es escritor.

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Muerte/transfiguracion/elpepiopi/20110301elpepiopi_10/Tes

domingo, 20 de febrero de 2011

Enrique Krauze-Domingo en el centro histórico.

En memoria de Humberto Murrieta.

Nuestra ciudad ofrece aún, milagrosamente, un remanso posible: caminar por el Centro Histórico. Hay un aire de la vieja provincia en sus calles, un eco genuino de la Colonia, la era porfiriana y el renacimiento vasconceliano. No sabemos cuánto dure esa paz pero debemos valorarla, habitarla y consolidarla.

El ambulantaje, por ejemplo, se ha reducido a proporciones razonables (o así lo parecía hasta hace unas semanas). El reacomodo se ha hecho mediante la apertura de plazas comerciales y los programas de formalización. Aunque este acotamiento era necesario, y no debe darse marcha atrás, tampoco debe traducirse en la destrucción de esos tianguis espontáneos, cuya persistencia en algunas zonas -como el Eje Central o el costado norte del Zócalo, junto a Catedral- me parece un síntoma de vitalidad. El tianguis no es sólo compraventa sino cultura y convivencia, música y color, diversión y paseo. Es verdad que en espacios estrechos (como la mayor parte de las calles) los ambulantes expropian el espacio físico, visual y auditivo de los peatones, pero debidamente limitados son, como en tiempos prehispánicos, parte esencial de la cultura urbana.

El rescate del Centro Histórico data del sexenio de López Obrador. En ese periodo -recuerda Jacobo Zabludovsky, quien junto con Norberto Rivera, Carlos Slim y Guillermo Tovar de Teresa participó semanalmente en el Consejo que impulsó y ejecutó el cambio- se comenzó a revertir el deterioro. Entonces se limpió el rostro de la azoteas, volvieron los faroles, comenzó el rescate de muchos edificios coloniales. También se hicieron obras diversas que a veces no se ven pero que son el sustento del nuevo paisaje, como la renovación del drenaje y el alcantarillado, el adoquinado y el cableado subterráneo, que ha resultado más azaroso.

La administración de Marcelo Ebrard, en coordinación con la Autoridad del Centro Histórico (agencia en la que participa el gobierno federal y varias otras instancias e instituciones), ha dado continuidad, amplitud y sistematización al proyecto. Se ha trabajado de manera integral: seguridad, limpieza, rehabilitación de las calles, plazas y monumentos, regeneración de la infraestructura, remozamiento de fachadas, creación de áreas verdes y peatonales, aliento de la actividad turística y cultural, producción social de vivienda etc... Con apoyo financiero y legal, se busca revertir el despoblamiento del centro. El proyecto está a cargo de la historiadora Alejandra Moreno Toscano, que lleva décadas ocupada en el estudio y rescate de la zona.

Ahora son muchos los trechos, rincones y plazas que parecen extraídos de una litografía del siglo XIX. Pienso, por ejemplo, en un tramo de Donceles, entre Isabel la Católica y Palma, o en la Plaza de Santo Domingo, que luce su antiguo esplendor, o Madero, cuyo reciente carácter peatonal permite ver -en verdad ver- los edificios que la hicieron famosa cuando se llamaba "Plateros".

Gracias al remozamiento paulatino, las iglesias pueden ofrecer sus servicios en santa paz. La recuperación cívica y estética resalta, por ejemplo, los prodigios de la Iglesia de "la Enseñanza" en Donceles. No abundan en ella -ni en ninguna otra, por desgracia- los feligreses, pero sus portadas y retablos invitan al caminante a mirar, a detenerse, a penetrar. El noble tezontle rojinegro de tantos edificios se ha sacudido el hollín; los portales, las verjas y balcones vuelven a relucir; las hornacinas se asolean por la mañana.

Hay vida en el Centro Histórico, museos, exposiciones, fondas, restaurantes, comercios, ajetreo. Pero falta mucho por hacer, por ejemplo, en la promoción de su conocimiento. Hace veinte años, Guillermo Tovar de Teresa -que por mucho tiempo fue Cronista de la Ciudad y es, sin duda, su mayor conocedor- escribió una obra fundamental que debe reeditarse: La Ciudad de los Palacios: crónica de un patrimonio perdido, libro ilustrado tan imprescindible como desolado. Un texto erudito y puntual acompañaba en cada página una doble ilustración: la del inmueble original y la de su estado actual, a menudo ruinoso o ya inexistente. Hoy, que se intenta rescatar lo que queda de aquella riqueza, se necesita un libro complementario al de Tovar (escrito, idealmente, por él mismo) que explique cada edificio e iglesia, cada calle y callejón, cada detalle.

Ese libro contendría el tesoro informativo que las tecnologías actuales permitirían procesar y ofrecer a través de todos los instrumentos modernos: videos, audioclips, videoclips, sitios web, redes sociales, etc... "México es tu museo" ha ensayado esa buena idea, pero de manera limitada y con textos pobrísimos. Hay que volver a la tradición de las placas conmemorativas cuyo diseño hay que cuidar porque el tiempo y la incuria no perdonan. Si el Centro Histórico aspira a la condición de un Museo vivo (un museo donde la gente comercia, conversa, se divierte y trabaja), valdría la pena diseñar y ofrecer discos CD y audífonos con paseos por las calles. Con esos materiales, las escuelas podrían organizar magníficos paseos culturales para sus alumnos.

Otras ideas: mejorar la calidad de oferta cultural de la zona (y la comunicación de esa oferta); cerrar más calles a la circulación de automóviles; normar constitucionalmente las manifestaciones que, con el pretexto (o la razón) de una causa social o política, toman al capitalino como rehén; mantener mucho mejor algunas joyas como los murales de Orozco en la Iglesia de Jesús Nazareno, que son apenas visibles.

El rescate del Centro Histórico prueba que el deterioro urbano no es irreversible. Un marco de armonía provoca respeto. Tal vez estoy siendo ingenuo, pero quiero creer que la belleza, la convivialidad y la historia, aunque sea en un entorno modesto, disuaden al vándalo y al delincuente; son, en sentido estricto, argumentos de civilidad.

Tomado de:
http://www.debate.com.mx/eldebate/Articulos/ArticuloOpinion.asp?idArt=10645375&IdCat=6115&Page=2